LO QUE NO HAY QUE DEJAR JAMÁS

En la primera visita a la Argentina de Nothing But Thieves fuimos todos fanáticos por unas horas.

Quizá el hecho de haber abierto Instagram hacia la media tarde, dando con una foto de un grupo de fanáticos con la bandera de Nothing But Thieves Argentina fue lo que incitó la emoción pulsante. O quizá, simplemente fue el hecho de que la banda británica había hablado de su expectativa por visitar la Argentina, clasificándolos de un “público muy loco”. Cualquiera fuese el hecho, había una expectativa y una emoción palpitante cuando el reloj marcó las dieciocho y faltaban dos horas para el show.

Primera vez en la Argentina” murmura un joven cuya remera de la banda destaca por entre la fila que comienza poco a poco a formarse en la entrada de Niceto Club. Una chica se gira hacia él, lo mira, le sonríe.

¿La fila da toda la vuelta?” pregunta un grupo numeroso, señalando la fila que llega a Córdoba. Se ríen, le responden que sí, que da toda la vuelta.

Puntual, las puertas de Niceto se abren y la multitud adolescente comienza a avanzar. Por un momento, si hay más de veinte años en la escena, se reducen: la adolescencia se hace fuerte y se contagia. Si no había planes de gritar, están cambiando.

Nothiiiiiiing, nothiiiiiiiiiing”.

La multitud se amontona contra la valla, porque así debe ser. Aprietan, aunque todavía falta.

“¿Sabés si ya tocó la banda telonera?” pregunta una chica despreocupada, a lo que el seguridad le responde negativamente. Su compañero pone los ojos en blanco y suelta un bufido de desdén. Paciencia, joven.

Quieren Nothing But Thieves, lo quieren ahora. Pero todavía no es tiempo: 1915 se presentan en escena, y como la juventud está a flor de piel, el agite aparece enseguida porque hay ganas de hacer pogo y hay ganas de cantar.

Se extiende la presentación de los jóvenes un poco demás, entre el público empiezan las miradas impacientes. Late, late, sigue latiendo.

El telón se cierra y los ánimos se calman. Los fanáticos intercambian palabras, casi como alentándose en una espera que se hace larga. Un nene corre entre la multitud, pidiendo permiso, buscando a su hermana.

¿Esto es un show ATP?” pregunta un chico al verlo pasar. Y sí, es un ATP, lo confirman así al menos las familias y los hermanos que andan rondando el recinto. Ante todo, juventud. Y ganas.

Cuando el telón se abre y el gentío rompe en aplausos y vítores, ya no hay vestigios de nada que no sea la pasión juvenil de los fanáticos. ‘I Was A Kid’ abre la noche casi como un guiño a lo que se está viviendo, y no hay tiempo que perder, por ende la multitud avanza y el fondo de Niceto comienza a verse vacío: todos quieren estar adelante.

Conor Mason, ataviado con una remera de Argentina con un 10 en la espalda, es chico y casi parece inocente, pero su voz suena trabajada, adulta, casi como externa al cuerpo que la porta. Sabe cantar y sabe moverse, y nada en Niceto queda en silencio.

Hay mucho de los ‘90 como influencia, de la época dorada en la cual posiblemente los seis que decidieron reunirse y armar Nothing But Thieves escucharon en sus noches de rebeldía: Linkin Park, Soundgarden, Blink 182. Sujetos deambulan por el escenario ayudando a los músicos con los instrumentos, y si el hecho queda algo desprolijo, el show de luces ayuda a taparlo todo.

Los ánimos de la noche son manejados por un constante ir y venir de emociones que suben y bajan a coro con la intensidad de las canciones, y si la intimidad máxima se alcanza con las notas de ‘Forever + Ever more’ y ‘Sorry’, todos pueden sentirlo.

Que somos el mejor público, que nos quieren, y hasta un “¿si volvemos, vienen a vernos de vuelta?” son las palabras de la banda que reciben enfáticos “¡sí!” y gritos de respuesta. Por entre la multitud, una chica grita que le haga un hijo. Atrás se ríen. Un fanático grita “¡Conor, I love you!”.

¡Nothing, nothiiiiiiiiing, olé, olé, olé!” grita el público, demostrando la capacidad de poder cantar el Olé Olé con casi todo —todo—.

La banda se va, pero ni siquiera lo anuncia, dando por sentado que todos sabemos que van a volver. Un desajuste con una guitarra sugiere problemas técnicos que la luz de una linterna confirma, pero nada que no pueda salvarse y evite la vuelta al escenario para la despedida. ‘Itch’ y ‘Amsterdam’ son el adiós, promesa de un hasta luego.

¿Pa?” atiende una joven del público, volviéndose hacia las puertas de Niceto que ya están abiertas. “Ya salgo, esperá que estoy en la última”.
Juventud, divino tesoro.

Larga vida a las bandas que permiten volver a tener quince, aún teniendo veintiséis.

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