Fotos por Carolina Szkuhra / @cariiszk
Con casi diez años de trayectoria, Cursi no muere empieza a ocupar un lugar cada vez más firme en las conversaciones entre fans del rock. En un panorama donde el mainstream se aleja cada vez más de las sonoridades distorsionadas y agresivas, la banda ha construido un público fiel y en constante crecimiento gracias a sus shows cargados de emoción.
Como referentes del emocore local, los Cursi entienden que su crecimiento está profundamente ligado al de la escena a la que pertenecen junto a otras bandas emergentes que también buscan hacerse escuchar, y entrelazado a la aparición de un público que necesita verse reflejado en lo que escucha. Por eso, su show este viernes pasado en Uniclub se sintió como un nuevo hito no solo para ellos, sino para toda esa red de músicos y oyentes de esta movida.
Luego de una sólida presentación de dosmildos—una banda joven pero con un sonido maduro y convincente—el venue se llenó de seguidores expectantes, listos para ver a los de Tortuguitas dar un paso más en su camino. La banda salió y sin mucho preámbulo arrancaron con el primer bloque de canciones, que incluyó ‘Julio’, ‘Mordida de mariposa’, ‘El Futuro’ y ‘Cómo Es Que Aún No Cae’. Ese fue el momento que eligió Luca para decir: “Buenas noches. Somos Cursi no muere. Muchas gracias por llenar Uniclub”.
El recital recorrió gran parte del repertorio de la banda, con canciones de sus tres EPs: Robar flores del cementerio (2015), Perdidos en traslación (2017) y De canciones tristes (2023); además de su único álbum hasta la fecha: Valientes quienes corren (2019).
El mecanismo de la banda suena perfectamente ajustado, con cada una de sus partes trabajando sinérgicamente. Guiadas por los gritos controlados de Luca Daniele y el ritmo frenético de Matías Gigena, las canciones funcionan como mantras compartidos. Desde el primer acorde, el público canta cada estrofa, arma ollas y se lanza al mosh con entrega total. En las manos de Sebastián Vásquez recae la responsabilidad de setear la atmósfera sonora, con colchones de guitarras distorsionadas que le dan su personalidad tan particular a la banda. Y en medio de la máquina, las líneas de bajo de Federico Torres dibujan melodías que distinguen a cada tema y le dan una identidad particular dentro del caos emocional y armónicamente intenso.
Fue un show emotivo, vivido como un acontecimiento por la banda y por su público. La felicidad sobre el escenario era evidente: entre tema y tema, los cuatro integrantes se tomaron un momento para agradecer a quienes estaban ahí. Incluso Mati, que rara vez se dirige al público, tuvo su instante con una frase breve pero reveladora: “Gracias por hacernos ver tan hermosos”.
Debajo de toda esa energía cruda y guitarras al rojo vivo, el mensaje de Cursi no muere es profundamente humano y conciliador. Aunque muchas letras hablan de la tristeza y el desamor, también invitan a valorar los vínculos, a reconocer a quienes nos rodean mientras aún están cerca. Ese espíritu se materializa en el ritual de repartir flores durante el show, con la consigna de regalarlas a alguien especial. En ese momento, las barreras desaparecen: se multiplican los abrazos entre amigos, parejas y familiares. Y por un rato, el ruido se convierte en ternura compartida.