Acabamos de vivir una de las semanas musicales más intensas del año: recién recuperados de la fiebre de las swifties, River se colmó durante martes y miércoles para el recital de Roger Waters con una polémica distinta de la anticipada. El jueves tocó volver a un eufórico Pulp en el Movistar Arena, viernes y domingo, peregrinación y polémica con los Red Hot Chili Peppers, mientras que sábado y domingo, Primavera Sound, con nombres como The Cure, Blur, Pet Shop Boys, Beck y varios más.
Entre toda esta catarata de bandas históricas, sin embargo, el mejor diamante en bruto esperaba a ser descubierto: Róisín Murphy, en otras épocas frontwoman de Moloko, debutó el sábado como la headliner más alternativa del Primavera Sound, a punto tal de que ni siquiera ocupó uno de los escenarios principales. Su show se pisaba con el campeón nacional del festival, el super rapero Dillom, y terminaba solapándose con el inicio de la banda más importante, la de Robert Smith. Como si fuese poco, un desperfecto técnico hizo que arranque más de media hora tarde, haciendo que los entusiastas con remera de The Cure, que se habían cruzado todo el predio para poder verla un ratito, tuvieran que emprender la retirada defraudados.
Horas antes en este escenario, llamado Barcelona, Slowdive había logrado una mayor concurrencia, y entre los mosquitos que comían tobillos y el cartel de “UN MOMENTO POR FAVOR (WE’RE WORKING ON IT)” (textual) la situación se teñía de un amargor muy entendible pero inmerecido. Finalmente, Róisín pudo decir presente y entregar desde el segundo cero un show en clave festival, apalancado en sus temas más movidos y sin un segundo de pausa, consciente de que venía con demoras en un Primavera que hasta ahora en eso se había mostrado impecable. El “poco” público que se había quedado, a sabiendas de renegar el plato principal de la cartelera, le devolvió a la irlandesa un entusiasmo a la altura del espectáculo que se presenciaba, dinamitando luces, vestuarios y beats del más fino pop electrónico, con aires troncales de música disco y bases de música dance. Solo sobre el final, tras una hora sin respiros, se dedicó a agradecer el cariño recibido en brazos alzados y caderas movedizas por parte de la audiencia que, gracias a tamaña performance, había dejado muy atrás la inquietante y prolongada espera.
Por si fuera poco, esta había sido solo la “versión festival” del tour de Murphy, que se dio el lujo de encabezar una de las jornadas de Primavera en la Ciudad en el C Complejo Art Media, en una velada abierta por UMA y seguida por las divinas Ibiza Pareo. Un rato después de la prueba de sonido, tuvimos el lujo de acompañar desde el sótano al equipo del venue en su ciclo El Back de C, donde Róisín cumplió su anhelo de probar mate. También nos permitió notar que estaba resfriada y tosiendo. Sin embargo, espetó confiada: “Hoy voy a subir a ese escenario y nadie va a notar mi resfrío”.
Dicho y hecho, la artista brindó un demoledor espectáculo de poco más de hora y media. El baile en trance se adueñó de cada músculo y cada hueso, con más de un tema por sobre los 8 minutos, dando rienda suelta a delirios premeditados de una banda de eruditos en guitarra, bajo, percusión, batería, consola y sintetizadores. En este show más privado, se permitió recorrer otros condimentos, teniendo momentos tranquilos, apenas de baile o tarareo, y otros de extremo salto (“I can do POGO” había dicho también en el sótano) y bases techno que hacían temblar la mandíbula y lamentar que esta noche hubiese caído un lunes post-festival dinamita-piernas.
Si algo quedó claro es que la semana tuvo momentos para todos los gustos —en especial para nuestra amiga Dani de Mansa Música—, pero hay un capítulo aparte que vivieron unos pocos y merece ser destacado, y es el de una artista que llegó sin hacer demasiado ruido, como la del «nombre raro» del cartel, y se fue recordada como la heroína que no sabíamos que necesitábamos.