GRIZZLY BEAR: CRISIS Y BARROCO

Un álbum que dice mucho y apuesta por más. ¿Es Painted Ruins una premonición de cambio de época?

Ya todes sabemos que el mundo entró en una etapa oscura a fines de 2016 con la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. Previo a eso, y en simultáneo al desarrollo de su mandato, los sucesos que van marcando esta época no fueron menos importantes: tensión nuclear con Corea del Norte, avances contra los derechos de los inmigrantes, retorno de gobiernos neoliberales a escala global y el movimiento #MeToo, expresión máxima del movimiento feminista a nivel mundial (al menos en términos del impacto de la noticia). Estos hitos configuran un clima de época más bien crítico, donde una serie de elementos que estaban arraigados en las sociedades empiezan a tambalearse.

En este contexto, la banda neoyorkina Grizzly Bear comenzó la grabación de su último disco Painted Ruins (2017), quinto larga duración en su haber, sucesor de Shields (2012). El lapso de casi un lustro que separa los dos álbumes se vio atravesado por una marcada ausencia. En ese tiempo, principalmente luego de la gira presentación, desaparecieron notablemente: según Songkick, entre 2014 y 2016 se presentaron en escenarios tan solo 3 veces.

Pensando en los ejemplos mencionados en el primer párrafo, no es difícil pensar que las consecuencias más radicales que pueden devenir de aquellos implicarían cambios drásticos en las sociedades tal como las concebimos. Con este panorama, y de cara al resto de la reflexión, quiero proponer la siguiente pregunta:

 

¿es Painted Ruins una premonición de cambio de época? 

 

Para 1975, el escritor cubano Alejo Carpentier explicaba en un ensayo titulado “Lo barroco y lo real maravilloso”, que el barroquismo ―exaltación de lo barroco―, “es una suerte de pulsión creadora, que vuelve cíclicamente a través de toda la historia en las manifestaciones del arte, tanto literarias, como plásticas, arquitectónicas o musicales”. Existe un “espíritu barroco”, es decir, debe entendérselo como una “constante humana” y para ello plantea la importancia de borrar la noción de que es una creación del siglo XVII. 

Pero, ¿qué entendemos por barroco o barroquismo? ¿Cuáles son las características que hacen a dicho estilo? Explica Carpentier en el ensayo mencionado que se caracteriza por el horror al vacío (horror vacui), por núcleos proliferantes que “se multiplican, es decir, elementos decorativos que llenan totalmente el espacio ocupado por la construcción, las paredes, todo el espacio disponible, con motivos que están dotados de una expansión propia […]”. Si bien plantea esta descripción para el plano arquitectónico, no deja de ser extrapolable a otras disciplinas, entre ellas, la música, con su límite propio: el tiempo. Y es a partir de este punto que entra en juego el álbum en cuestión.

Desde la apertura, “Wasted Acres” parece trastabillar al principio, acomodándose en seguida sobre un colchón de sintetizadores cargados y cuerdas, sumado a una magistral línea vocal de Daniel Rossen y un beat con vida propia. El trabajo subrepticio de la sección de cuerdas hasta la mitad del tema más las guitarras cristalinas que aparecen sobre el final, le dan un aura contemplativa que se acopla perfectamente a la letra que, según Ed Droste, es simplemente sobre el compositor deambulando en una granja. Una de las constantes del disco es la manera que tienen de ignorar gran parte de los recursos musicales contemporáneos (por ejemplo, abundan largos intervalos instrumentales) sin dejar de lado un elevado estándar de calidad sonora (las mixturas y capas de timbres son de un trabajo delicadísimo, producción a cargo de Chris Taylor). Por su parte, en la cuestión más musical despliegan líneas vocales que oscilan ―por momentos― entre tres voces y cuentan con el virtuosismo rococó de Christopher Bear, baterista del grupo. 

Líricamente hablando, algunas de las canciones vuelven sobre el tópico de crisis en un plano más personal, tomando por caso el cuarto track, “Three Rings”, que sirve de ejemplo no solo para relatar un drama de dos relaciones amorosas sino la impecable construcción de la canción hacia el clímax y un recurso conceptual, por lo menos, interesante: la letra habla según Droste de dos relaciones separadas, usando el intervalo instrumental como separación entre ambos relatos. También siguen este sentido lírico los últimos minutos del álbum con “Neighbors”, “Systole” y “Sky Took Hold”. Quizás el punto alto esté justamente en estas: no solo por una tendencia a explotar las letras más intensas del trabajo que denotan claramente el sentido crítico similar al que se planteó en los temas anteriores (“Neighbors” y “Three Rings”), sino que además el trabajo a nivel estructural tiene un movimiento distinto a otros temas que podemos encontrar en los 48 minutos de obra. Me es imposible dejar de pensar en los sonidos como líneas onduladas que se mueven a lo largo de kilómetros, tal como Carpentier plantea lo barroco a modo de ejemplificar lo universal de estas características, cediéndose el paso uno tras otro continuamente. De un modo similar, hay una relación entre la dinámica de los distintos instrumentos con la idea mencionada de motivos dotados de una expansión propia cubriendo todos los espacios, el horror al vacío, que en este caso es silencio. Incluso aquellos tracks que tienen estructuras más tradicionales (“Mourning Sound”, “Losing All Sense”) cuentan con este recurso de trabajar muy finamente las capas de sonido de manera que se alejan de lo que en un principio parece más convencional.

Ahora bien, ¿dónde está la relación entre crisis (personal o contextual, considerándola en este caso como concepto general) y barroco? Para esto, el escritor cubano contrapone que “el academicismo es característico de las épocas asentadas, plenas de sí mismas, seguras de sí mismas. El barroco, en cambio, se manifiesta donde hay transformación, mutación, innovación” e inmediatamente da como caso la obra del poeta ruso Vladimir Maiakovski (“su obra es un monumento al barroquismo”), en vísperas de la Revolución Rusa para finalmente sentenciar que dicho movimiento “siempre está proyectado hacia adelante y suele presentarse precisamente en expansión en el momento culminante de una civilización o cuando va a nacer un orden nuevo en la sociedad. Puede ser culminación como puede ser premonición”. 

En conclusión, es claro que el panorama está cambiando drásticamente. También es evidente en estas composiciones que hay fuertes (re)planteos personales y, por último, son audibles las diferencias que hay entre el álbum en cuestión y un lanzamiento comercial promedio. Se nota también que hay una búsqueda que quiere escaparle a lugares comunes a través de un lenguaje propio ―o por lo menos distinto― dotado de una complejidad digna de tiempos agitados. En tanto esperamos el cambio (uno verdadero, más allá de un eslogan de campaña) venidero, algunes artistas harán la espera más amena con obras de un calibre importantísimo para quienes vengan en tiempos mejores.

Por Juan Pérgola.

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One thought on “GRIZZLY BEAR: CRISIS Y BARROCO
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