Es martes, y Nuñez está que explota. No es el pop de The Weeknd, no son las carpas de las swifties, esta vez el responsable es un viejo de 80 años, líder de una de las bandas más importantes de la historia y recientemente catalogado de antisemita en una polémica en la cual, para el relato de hoy, no vamos a ahondar.
Ya pasaron las 21 horas, momento anunciado para el inicio del concierto, pero todavía ingresan al Estadio Monumental los últimos fans. Pasan 5 minutos más y la voz de Roger Waters suena desde una grabadora, con la traducción en una de sus 4 inmensas pantallas: “El show comenzará en 15 minutos”; secuencia que se repite cada 5 minutos para, a las 21:20, concluir con dos mensajes contundentes: “Por favor, considerando al resto de los asistentes, apagá el celular” y “Si sos de esas personas que dicen ‘Me encanta Pink Floyd, pero no soporto la política de Roger’ te podés ir a la mierda en el bar más cercano”, lo que dispara algunos aplausos.
Roger y sus músicos aparecen en el escenario y, pese a la advertencia, unos cuantos celulares se elevan en el aire. Eso sí, contrario a lo experimentado con The Weeknd, acá los mismos asistentes hacen peso del otro lado de la balanza: “¿Vas a filmar todo el show?”; “Bajá el celular” y hasta “Miralo por la tele, boludo” se escucha fuerte y claro. El inicio del show es a pura nostalgia hitera, con ‘Comfortably Numb’ (en la reversión solista de Waters), ‘The Happiest Days of Our Lives’ y ‘Another Brick in the Wall’ partes 2 y 3. El concierto sigue con algunas de las canciones solistas del artista, las cuales lógicamente despiertan menos vuelo que sus éxitos «pink floydianos», y no pierde oportunidad de criticar desde las pantallas a Bush, Obama, Trump y otras cuantas figuras de la política norteamericana y mundial, llamándolos criminales de guerra y listando sus acciones bélicas. A su vez, se muestran víctimas de violencia policial en todo el mundo, incluyendo al argentino Lucas González, “culpable de ser marrón”.
“Vamos a tocar una canción nueva, sobre ir a un bar y conocer gente… y poder ¡hablar con alguien que tenga una opinión distinta!” es la intro de ‘The Bar’, generando un aplauso importante que plantea esperanzas en un escenario social extremadamente dividido. El clima ha dado tregua, y la tormenta que se esperaba comienza a difuminarse. La gente está tranquila, mayormente quieta en su lugar, lo que da lugar a una situación un tanto atípica: una persona pierde las fuerzas y, en lugar de ser retirada a un sector guarecido, se le alcanza una silla plástica en el medio del campo delantero. Más tarde, frente a un conjunto de celulares que tratan de indicar que otra persona necesita ayuda, las socorristas de la valla trasera miran dubitativas. Alguien les pasa el parte, “parece que ahí necesitan ayuda”; a lo que contestan sin mucha confianza que no pueden meterse ahí, que deben traer a la persona hacia ellas. La situación no pasa a mayores, pero en esta ocasión, y a diferencia de lo que se ha observado en el último tiempo, con un gran incremento en la gestión de la seguridad en los eventos masivos, el personal de socorro da evidencia de no estar en su mejor día.
‘Have a Cigar’ vuelve a ser un punto alto en el setlist, aunque denota algo que, siendo honestos, se cae de maduro considerando su edad: a Waters no le queda mucha voz, y al igual que Jack White, no trata de suplirla con demasiados efectos o distorsiones, solo da hasta donde llega, lejos de esas versiones de estudio de hace 50 años, con un caudal que competía con la guitarra distorsionada de David Gilmour. También homenajea a Syd Barret, aquel miembro fundador que dejó la banda por su endeble salud mental, recordando como escribieron de pequeños, “antes de Pink Floyd”, la balada hit que sonaría a continuación, omitiendo convenientemente que el autor de la guitarra característica que tanto le aporta a ‘Wish You Were Here’ su calidad de éxito es el mismísimo Gilmour. Pasados otros emocionantes hits del siglo pasado, se procede al interludio.
Contrario al mensaje de unidad que había parecido reinar hasta entonces, la neo-grieta aparece en River, abriéndose paso casi con inteligencia: primero se canta que el que no salta es militar, un cántico que nunca ha encontrado resistencias en ningún concierto de Argentina. Esto evoluciona a un pedido de “Nunca Más” y prontamente deriva en lo que unos cuantos realmente necesitan y a otros tantos simplemente agobia: “el que no salta votó a Milei”, donde ocurre lo más interesante de la velada. No exento de cuestionamientos, podría decirse que alrededor 45% del estadio hizo temblar la tierra; minutos después alcancé a escuchar “¿viste como saltaron casi todos?” de un lado (irónicamente, a mi derecha), para segundos después escuchar (de nuevo con ironía, pues esta vez a mi izquierda, en otra conversación) “al final no saltó ni el 20%”. El split de votantes en este concierto era un tema de discusión entre los grupos que ingresaban al estadio. Qué cosa el poder-sesgo de las creencias; lo cierto es que no fueron todos, ni tampoco unos pocos.
Dicho suceso también dio apertura (en los 15 minutos de duración de este interludio) a aquellas conversaciones que han estado resonando en el aire: si “son todos fachos” o sobre el incordio de considerar a más de medio país facista sin ningún otro tipo de discernimiento. Las conversaciones ocurren dentro de cada grupo, hasta que uno verbaliza abiertamente: “son todos argentinos”, y mientras alguien se prepara para contestarle enardecido, el primero aclara rápido, en una salida majestuosa “yo no soy Argentino, lo digo por ustedes”, dejando atónito al compañero. Lo cierto es que muchos esperaban algún comentario de Roger sobre las elecciones, cosa que no hizo, pero en lugar de depositar nuestras expectativas en uno de los pocos ingleses que reivindican el nombre Malvinas por sobre Falkland Islands, a la sociedad le queda un camino muy largo por recorrer si no entiende que necesitamos la mayor cantidad de argentinas y argentinos para frenar las medidas que no vayan en línea con los intereses del país.
El segundo ciclo de este concierto vuelve a estar dominado por puntos altos de la carrera de Pink Floyd, abriendo con ‘In The Flesh?’ y siguiendo con ‘Run Like Hell’. Otro momento relevante se da particularmente con ‘Money’, donde el artista se limita al bajo y le deja los honores al micrófono a su guitarrista pelilargo, que imita con altura la voz profunda de Gilmour. “Us and Them" tiene el efecto doble: es un clásico, recuerda tiempos de guerra, pero su mensaje principal habla de la alienación de la sociedad en grupos que se atacan por percibirse distintos, lo cual los hace más débiles contra el sistema que debe poder ser corregido y resistido. El cielo ya se encuentra despejado por completo y decenas de pájaros sobrevuelan la cancha durante “Two Suns in the Sunset”, a tal punto de que hay quien le pregunta a su amigo: “¿los soltó la gente del show? Esto no es así, pero la imagen se presta para la inocente confusión.
Al igual que en toda la gira (aquí el setlist), la velada termina ‘Outside the Wall’; Roger nos pide a lo largo de todo su show que no dejemos triunfar al odio, que trabajemos para que prevalezca el amor, que no discriminemos, que resistamos a los opresores, y todas estas máximas, que en realidad son atemporales, se viven más coyunturales que nunca, aunque cada quien las resignifica de una forma distinta.