Juan Pablo Mazzola, alias Baby Scream, prepara el primer café de la tarde en la cocina de su departamento. En cada rincón de su casa se respira música, por eso no sorprende que sobre la heladera se forme una torre que llega casi hasta al techo, con más de 20 discos que compró en su última gira por Brasil. Lo que sí sorprende es que tenga una habitación con siete mil copias, algunos inéditos en el país, de discos, vinilos y cassettes que, según él, podría vender y con el dinero comprar un BMW.
Es hijo único del matrimonio de Jorge Mazzola y Elena Angeli. Él, asesor político y dueño de una sastrería que vestía a los funcionarios más poderosos del país y ella, su secretaria. Desde que nació, Juan Pablo llevó una vida peculiar: no permanecía en un lugar fijo como cualquier niño. Por cuestiones de trabajo, su padre viajaba por el mundo en busca de las telas más delicadas del epicentro de la moda y su madre, que trabajaba todo el día, sentía desconfianza del cuidado de una niñera, entonces comenzó a acompañar a su papá.
“Mi infancia fue un delirio. Mi padre trabajaba mucho en el exterior, importaba telas y debía viajar a Milán, Nueva York, París y Londres. Yo estaba un mes acá y dos meses afuera, así hice la primaria: a los tumbos. Mientras Nirvana explotaba en Nueva York, yo estaba ahí, pero haciendo un trabajo de literatura para el colegio”.
Desde muy chico comenzó a escuchar música, y a los siete años compró su primer cassette. En cada uno de los viajes, paseaba por distintas disquerías y compraba todo lo que podía, no dejaba ningún estilo de lado: desde Madonna, Michael Jackson, Stevie Wonder y Prince, hasta Iron Maiden, Judas Priest y Black Sabbath. Si bien consumía todo tipo de música, a esa edad no sentía atracción por el tango, y con el tiempo se dio cuenta del grave error que cometió.
“Cuando uno es más grande empieza a descubrir más géneros. Mi viejo era amigo de todos los tangueros famosos de la época, pero yo no le prestaba atención, estaba a full con Nirvana. Mi viejo iba a Caño 14 a ver a Goyeneche y a Troilo. Me invitaba y yo no quería ir, hubiese visto lo mejor del tango que había acá”.
Su mirada se pierde, ofuscado tal vez, y segundos después toma un sorbo de café. Muchas historias surgen de los recuerdos de Juan Pablo, excéntricas e increíbles para el común de la población pero naturales para él, por todo lo que sucedía cuando emprendía un nuevo viaje al extranjero.
“Mi viejo se movía en una esfera muy alta, íbamos a hoteles diplomáticos y una vez me cruce a Bill Clinton. En menos de veinte días, vi dos veces a Liza Minnelli. En otra ocasión, fui al cumpleaños de Frank Sinatra y estaba Diana Ross con Bono, todo muy loco. Sin embargo, me hubiese gustado que mi papá diga ‘me quedo en Italia’. Siempre estuvo a punto de mudarse a Italia o España, pero falleció su socio y todo quedó en la nada”.
Durante 18 años, la vida de Juan Pablo se dividió entre Argentina y el exterior, pero un día le puso un freno a los viajes. Con el título secundario bajo el brazo, habló con su padre y le comunicó que se establecería definitivamente en Buenos Aires, que dejaría de viajar con él. Jorge entendió que era lo mejor para su hijo y aprobó su decisión. Los días de Juan Pablo pasaron a ser extraños, no acostumbraba a pasar tanto tiempo en el país. Más tarde conoció a María, hoy su esposa y madre de su hija, con la que lleva 17 años en pareja.
“Mi viejo falleció, me quedaron muchas millas de avión y viajaba casi gratis. Un día, un amigo de Londres me propuso ir a vivir allá, yo no quería pero insistió demasiado y fui con mi mujer. Trabajé seis meses ahí, pero no soportaba la jornada laboral de 15 horas. No me quedaba tiempo ni plata para nada porque es carísimo allá y, además, la comida era horrible, entonces nos fuimos. Tuvimos una vida hippie y nómade, siempre viviendo en casa prestada”.
A sus 30 años comenzó la carrera de traductor público porque siempre fue su cuenta pendiente, pero seis meses después abandonó la facultad por un altercado con una profesora. Juan Pablo quedó a la deriva y la respuesta, nuevamente, fue un país de afuera: en esta caso Alemania, cuando uno de sus amigos le insistió para que se mude a Berlin y él aceptó. La ciudad era muy barata, pero tuvo varias complicaciones, como no saber el idioma, no conseguir trabajo y casi no interactuar con la gente de la ciudad, provocando el punto final a su estadía. Cuando regresaron a Buenos Aires, Elena tuvo un problema de salud y pasó ocho meses en rehabilitación. Era el año 2013, Maria y Juan Pablo tenían buenos empleos: él, administrador de departamentos, sommelier y profesor de inglés; ella, artesana y cocinera, por lo que decidieron instalarse en el país.
“Acá es siempre la misma locura, es divertido y es estresante al mismo tiempo. Diez años en Argentina son 100 en otro país, motivo por el cual me tiene un poco quemado. Estoy cansado de lo que pasa acá y del sistema. No con la gente, me gusta mi país, me gusta la música de acá, colecciono cine nacional, soy hincha de Vélez y voy a la cancha. Pero la realidad es que hay una cosa de Buenos Aires que es insufrible, que yo no la aguanto más, me colmó. Yo arme mi laburo acá, pero tengo cosas afuera, entonces estoy dividido en dos y eso genera un montón de problemas físicos, como por ejemplo ansiedad. Me gustaría mudarme a Valencia, España, es lo que deseo hace muchos años, pero depende de una serie de factores”.
—¿Qué factores?
“Manejo muchas historias de mi vieja que ella no sabe resolver, entonces muchas veces estoy obligado a actuar. Por ese motivo, la idea es llevarme a mi madre a España, pero hay que ver que sucede de acá a que termine mi plan, si continúa Macri o cambia la gestión. El que viene hace todo distinto y tenés que aclimatarte. Argentina es muy ciclotímica, es una esquizofrenia total pasar de una cosa a la otra en poco tiempo. La clase política Argentina es muy complicada, no tenés cinco años de estabilidad. Si tenés un problema de ansiedad y vivís en Buenos Aires es como si metieras a Maradona en 1991 en la casa de Pablo Escobar y le digas ‘Che, no tomes drogas’... Y, él va a estar re puesto todo el día porque hay montañas de merca. Necesito algo constante, sea de derecha o izquierda, pero quiero algo normal. El argentino que se va se lleva siempre a Argentina encima. Por eso, en general, a los argentinos les va muy bien en el exterior porque están entrenados”.
Juan Pablo hace una pausa y se sirve la segunda taza de café, ahora acompañada de galletas con forma de sonrisas que dice, entre risas, que son de su hija, la persona que llegó a su vida tres años atrás para modificarle todos los esquemas.
"Conocí la palabra miedo cuando fui padre, me cambió el concepto"
“Hoy tiene tres años, todo lo que suena en mi casa es Peppa Pig, Pipo pescador y Flavia Palmiero. Entonces, toco menos la guitarra y escucho menos música, no hay tiempo para Black Sabbath. Te cambia todo el espectro de la casa. Canta todo el día y afina muy bien. Mi mujer también hace música, tal vez lo heredó de nosotros. Se crió entre música y se llama Malena, como el tango”.
Además de ser voz y guitarra de Baby Scream, es compositor y sus canciones tienen una particularidad: son en inglés por la influencia extranjera que cargó desde chico. Por ese motivo, cree que su música no encaja en la escena local. De todos modos, intentó que sus letras fueran en español, pero nunca le convenció ninguna y continuó componiendo en ese idioma. En la actualidad, se encuentra trabajando en dos discos de covers, uno de bandas nacionales y el otro con bandas de afuera. Sus últimos trabajos discográficos los grabó con su amigo Nick Junior, un joven que vive seis meses en Inglaterra y seis meses en Rosario y trae hasta la ciudad santafesina su estudio móvil de grabación.
“La idea es sacar los dos discos juntos. Un poco es en devolución a todo lo que la música me dio".
"Surgió porque varias personas de afuera hicieron covers míos. Cada tanto aparece alguien que me dice ‘hice un cover tuyo’ y pregunta si me molesta que lo incluya en el disco. Tengo como 10, es rarísimo y ahora quiero devolver eso”.
Aún no sabe cuando se editaran esos proyectos, ni que sucederá hasta ese dia, pero hay algo que tiene muy en claro: necesita paz y el único lugar donde puede encontrarla es lejos de acá, en Valencia.