Fotos: Nicolas Di Chiara
De pequeños rincones del oeste en el conurbano hasta filmar un DVD en el Teatro Vorterix: El ascenso de Winona Riders se dio a pasos agigantados. Desde la pandemia que se fueron impulsando a través de tocar, literalmente, todos los fines de semana. El boca en boca se extendió por todo el «under», el nombre de la actriz hizo eco en cada rincón y se hizo imposible escapar del sexteto. Ellos llegaron para cubrir un vacío dentro de la música argentina, la ausencia de un claro representante de la neo psicodelia con jammings. A un año de tocar junto a sus ídolos, The Brian Jonestown Massacre, marcaron un nuevo hito en su historia.
Es interesante contrastar este recital con el de Turnstile seis días atrás en el mismo lugar. Estamos frente a dos extremos en el espectro de duración de conciertos. Los norteamericanos con menos de una hora y cuarto, mientras que los locales con su set más extenso a la fecha: casi tres horas y media.
Empecemos por la previa. La avenida Lacroze estaba inundada por jóvenes en musculosas y remeras de tintes oscuros. Portadas de Megadeth o el logo de los Rolling Stones eran tan solo algunos de los escudos que vestían con orgullo; pero también abundaban del grupo estelar de la noche. Mirando al escenario podías observar en las espaldas la ya famosa frase “Stooges? Velvets? Spacemen?”, la tan reconocible remera de Winona Riders, vestida tanto por jóvenes con menos de 20 años, como incluso veteranos con más de 50.
A la salida del show Ariel Mirabal y Gabriel Carabajal salieron a la calle para comprar unas remeras bootlegs que estaba vendiendo una señora en la esquina. Ella les mostraba el diseño frontal y la foto de la banda en la parte de atrás, sin percatarse que se las vendía a dos de sus integrantes. Charlando más tarde con Ariel y con Ricky Morales, las dos guitarras de la banda, ambos se emocionaron de ver por primera vez remeras truchas suyas, pensando si tal vez con eso la mujer se podría pagar un asado el fin de semana.
Pasando a la música que resonó el viernes 19 de abril. Lejos de tornarse tediosos o repetitivos, los minutos corrían como segundos, mientras el público se perdía en el éxtasis más puro. Bailes y pogos, personas que lograban surfear por encima de las cabezas, una auténtica fiesta psicodélica. La banda tomó la osada decisión de tocar ‘Dopamina’ en la primera media hora del show. Probablemente su canción más famosa y con la que suelen cerrar, apareció en la primera parte de un concierto de más de tres horas. A pesar de que la versión de estudio es de seis minutos, en Vorterix pasaron los 20, incorporando extensas secciones instrumentales, casi como una nueva canción en el medio.
El crecimiento no es solo en términos de popularidad, sino que también performativo. Hay una notoria evolución en su manera de tocar, con probablemente las mejores versiones de ‘Dorado y Púrpura’ como también ‘Catalán’. Los sintetizadores irrumpen en el eco de las guitarras llenas de distorsión. El ritmo no tiene fin, como una masa que está continuamente en perfecto movimiento. Pero tampoco le temen al cambio, a pesar de su característica de nunca hablar al público cuando están en el escenario, Ariel lo hizo en dos breves instancias; como también se mandaron una fiesta electrónica a mitad de la noche. Quedan muchos capítulos por escribir en la historia de Winona Riders.