TWENTY ONE PILOTS EN EL LOLLA: ¿REINVENCIÓN O EXITOSA CONTINUIDAD?

La única crítica bienintencionada a un grupo del cual pocos se atreverían a decir algo distinto de un elogio. Curiosidades de Bonus Track.

Hace 10 años en Ohio (Estados Unidos), se formó una banda de amigos bajo el nombre de twenty øne piløts, inspirada en el dilema moral que plantea el libro de Arthur Miller All My Sons. Lo que en su momento era un trío se convirtió dos años después en uno de los dúos que la historia de la música en vivo no podrá olvidar jamás. Curiosidades y análisis de uno de los conjuntos más festejados del Lollapalooza.

La agrupación —que desde el 2011 está conformada por Tyler Joseph (voz, bajo, piano, ukelele, programaciones y más) y Josh Dun (batería, trompeta)— empezó como cualquier otra, tocando en sótanos donde iban menos de 100 personas, aunque en pocos años saltó a la fama. Sin embargo, nunca perdieron la humildad: en 2017 ganaron un Grammy a mejor actuación de dúo/grupo de pop y fueron a recibirlo en calzoncillos. Contaron que, cuando aún no eran conocidos, bromeaban sobre qué harían si alguna vez ganaban un Grammy, y eso fue lo que se les ocurrió. Cumplida la osadía, se mantuvieron fieles a sí mismos y expresaron: “Esta es la prueba de que cualquiera puede hacerlo. Para los que están en sus casas: queremos que sepan que ustedes pueden ser los próximos”.

En el 2016 visitaron nuestro país dentro del marco del Lollapalooza y fueron la revelación absoluta. Tocando con la luz del sol presente, el show que brindaron fue totalmente digno del que se espera de un headliner nocturno. Ya en ese momento tenían un fandom que se vestía, pintaba y hasta hablaba como ellos.

“The Clique” o “Skeleton Clique”, como se hacen llamar sus acérrimos seguidores, es un grupo mundial de apoyo que reconecta con el significado de la vida y la importancia de seguir adelante dentro de las composiciones de Joseph, que aborda profundos temas, desde la depresión hasta las crisis de ansiedad y los momentos de desesperación, pero con un enfoque enérgico y melodías poderosas que le dan un espíritu positivo y un ánimo bailarín. Clique significa originariamente “grupo de gente que se relaciona entre sí y no deja que otros se involucren”, sin embargo, esta fanbase se define como “the very-first-all-inclusive clique” (algo así como la primerísima pandilla que le da la bienvenida a todes). Este año, ese fandom mostró su exponencial crecimiento en los atuendos de los jóvenes que acudían con cinta de empapelar amarilla imitando la estética de Trench (2018), el último LP del dúo. La banda fue la indiscutida protagonista de la jornada del viernes y destruyó el dudoso mito de que “la fama y los años los aflojaron”.

"POR MÁS QUE SU PRESENTACIÓN TUVO TODA LA ESPECTACULARIDAD QUE DE ELLOS SE ESPERA, NO FUE NOVEDOSA".

 

Lo que sí es cierto es que, por más que su presentación tuvo toda la espectacularidad que de ellos se espera y que seguramente nadie se haya ido defraudado, tampoco fue novedosa al compararlos consigo mismos. Postraron un auto en llamas arriba del escenario, detalle nuevo y perteneciente a la estética de su última placa, pero todas las demás proezas descritas a continuación y que dejaron boquiabiertos a los presentes son ni más ni menos que las mismas que vienen haciendo desde su Blurryface Tour que comenzó en 2015, los trajo al país en 2016 y continuó con el Emotional Roadshow World Tour que volvió a llevarlos por Estados Unidos, Canadá, México, Australia y Europa antes de este nuevo tour mundial con Trench.

Si bien este setlist tuvo mayoría de temas del último álbum, siempre acompañados en vestuario por la estética amarilla que predomina en Trench, en contraposición al blanco, negro y rojo que se mostraron en las canciones de discos anteriores, los trucos con los cuales nos deleitaron los de Ohio fueron religiosamente los mismos que en los aproximadamente 200 conciertos que hicieron en estos últimos cuatro años. Josh realizó una mortal hacia atrás desde el piano de Tyler, quien en un momento posterior corrió hacia ese instrumento para pisar sobre él y elevarse en lo alto tirando una patada voladora para el aplauso. El cantante caminó y cantó cerca del público y se trepó a una torre de sonido que al día siguiente carecía de la estructura necesaria para la hazaña (no es la primera vez que por directiva de la banda se monta algún tipo de andamio para que el frontman escale). Posicionaron una plataforma de un metro cuadrado sobre la cual el baterista percusionó durante unos minutos sostenido por su público y repitieron la hazaña sobre el final, luciendo las casacas argentinas, para que tanto Josh como Tyler tocaran el bombo sobre su público previo a volar papelitos por el aire. Adrenalina al palo y actitud irreprochable, pero si van a seguir girando por el mundo luego de un 2019 donde quedarán pocos fans que no los hayan visto, ¿será suficiente con mantener las mismas proezas? Ustedes dirán, queridos fans.

Cuando las bandas se popularizan exponencialmente, en especial en estos años donde el streaming y las redes sociales acercan los shows a una multitud diversa y no necesariamente melómana, se llega a audiencias que no frecuentan conciertos. El ampliamiento de la fanbase trae aparejado un debate que vale la pena tener.

Como lo que se vivió en el Personal Fest de los Arctic Monkeys 2014, una gran cantidad de pre-adolescentes y sobre todo personas de contextura física pequeña y poca experiencia en recitales se acercan a presenciar el concierto de cerca. ¿El problema? Cuando el recital da comienzo y las filas delanteras piden saltar y agitar, estas personas gritan, se quejan y, lamentablemente, en muchos casos se sienten faltas de aire o derraman lágrimas. Ahora bien, todo mundo tiene el absoluto derecho de presenciar el show desde donde se le plazca, y quizás si fuéramos «más civilizados» se respetaría el lugar de esas personas que llegaron más temprano para gozar de una posición privilegiada. Pero, ¿no perdería entonces su encanto el tan aclamado público argentino?

 

"ESTE AÑO EL VERDADERO POGO NO LLEGÓ, NI SIQUIERA EN EL DIVINO MOMENTO DE ‘LANE BOY’".

 

Algunas audiencias naturalmente priorizarán el agite, como ocurrió en el antedicho Personal Fest de Los Monos y que volvió a ocurrir afortunadamente durante su presentación del sábado en el Lolla, donde abundaron los pogos y círculos de salto y baile, con la penosa contra de que muchas chicas debieron ser evacuadas hacia la valla o retrocedieron molestas con “estos pelotudos que no paran de empujar”. Pero en twenty øne piløts se congregó una audiencia que mayoritariamente prefería comodidad, quería sacarle fotos a la banda y no disfrutaba de la camaradería del movimiento en masa. Cuando vinieron en el 2016 y salieron con ‘Heavydirtysoul’, el público «anti-pogo» fue rápidamente desplazado y se vivió una tarde de puro agite. Este año el verdadero pogo no llegó, ni siquiera en el divino momento de ‘Lane Boy’ donde el cantante pide que la gente se agache hasta el piso (algo que apenas ocurrió, a pesar de la propuesta de los más alocados) para luego hacerlos explotar. Solo los reiterados pedidos de “jump, jump” de Tyler y la coreografía a la cual nos sometieron cuando pasaron ‘Crowd Control’ de Dimitri Vegas & Like Mike (donde nos pidieron que nos abracemos y saltemos en una pierna hacia la izquierda y luego la derecha) lograron sobre la recta final una buena cuota de movimiento.

Meses después de verlos en Buenos Aires hace tres años, tuve la loca idea de aprovechar un viaje de estudio para ver a TØP en un festival de Inglaterra y en otro concierto en Alemania. El festival inglés tuvo cierto agite, pero en Alemania nadie se movía y, por más que en su momento eran mi banda favorita, el show terminó sintiéndose poca cosa. Ningún público se comportó como los argentinos aquel marzo de 2016 en el Hipódromo. No es una cuestión de ser irrespetuoso ni violento con el de al lado, sino de dejarlo todo agitando en conjunto los temas y provocar un alboroto que deje a tu banda favorita boquiabierta... Eso es lo lindo del pogo. Por eso, mi veredicto es que la popularización masiva de esta banda arruinó gran parte del disfrute que tienen las primeras filas, a diferencia de otro tipo de conciertos donde ser un saltarín quedará más indudablemente justificado, como ser The Rolling Stones, Red Hot Chili Peppers o, en un caso más ambiguo por su renovada fanbase y último disco lento y meloso, el caso de Arctic Monkeys, donde su espíritu rebelde y punk todavía puede entre el público más que el de las carteras, los tacos y la selfie.

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