Fotos: Julián Lunt
La noche del 22 de noviembre, Rosa Profunda presentó en vivo su segundo álbum. Tensión de Siglo (2024) es una entrega en la que la banda crece, se expande, se dilata como un gas venenoso. Son un quinteto pero la VJ está en el escenario junto a los músicos y no duda al agarrar una campana y una baqueta. Quien fuera el histórico encargado de la performance en escena esta vez se intercambió los instrumentos con los demás intérpretes. Lo defienden en cada entrevista y en cada una de sus presentaciones: más que una banda son un colectivo.
En el prólogo de La Rosa Profunda (1975), Borges trata el tema de si el trabajo creativo es atributo de la inspiración o de la inteligencia. Lo resuelve con simplicidad: “ambas doctrinas tienen su parte de verdad, salvo que corresponden a distintas etapas del proceso”. Para lo que ansía separar, distinguir y clasificar, las experiencias creativas como RSPRF son una provocación: yo puedo decir que combinan el noise con una variante experimental del rock, que casi grunge, que, descrita por Ruffo como un Massive Attack cordobés, tiene un fuerte componente de oscuridad atmosférica, que solo hablaríamos de colchón sonoro a condición de pensar en un colchón árido y rasposo. Puedo decir que estoy totalmente a favor de la reivindicación que hacen del dub y del reggae, que algo de eso les permite todavía sonar a Latinoamérica, que el contraste entre la voz femenina y la masculina es un valor importante para el álbum.
Pero eso no es de lo que quisiera hablar. El colectivo que compone Rosa Profunda es una nave. Una nave de velas negras y doradas que embarca a cualquiera que lo pida, una nave que va sin destino y sin clausura, levantando marineros y monstruos en cualquier puerto. Pero la música de Rosa Profunda también es el faro, y aunque su función es indicar por dónde no hay que ir, es un faro que nos llama, hipnotizante, a seguir su rastro. Un gran eye in the sky que nos observa, busca en uno para hacer emerger algo oscuro y profundo, casi putrefacto. Y no, no lo hace para purificarlo. El retorno de la música oscura no tiene que ver tanto con la catarsis sino con la saturación. A eso podrido que abre, lo satura, lo hace estallar, le pone ante sí una edificación sonora a la altura de sus delirios, ajustada con sus mundos excesivos. Mucha distorsión, samples analógicos combinados con pistas hiper producidas, es difícil hablar de la técnica cuando una propuesta busca la indistinción y el caos. Ahora: ¿qué le suma a una crónica el elogio o la crítica de la técnica de luces o sonido? Tiene la misma trascendencia que la lectura innecesaria del pronóstico o el pispeo pasajero de algún título en el kiosko de diarios y revistas.
“Dos deberes tendría todo verso: comunicar un hecho preciso y tocarnos físicamente, como la cercanía del mar”, prosigue Borges en la apertura del libro que bautiza la banda. El problema de la crítica es que se ha quedado con la primera y ha olvidado la segunda de las indicaciones. Por eso, no solo la buena crítica, sino la crítica musical a secas, ya no abunda, cuestión por la que podemos culpar a la volatilidad de los tiempos que vivimos, a la antropofagia de la industria musical, y sobre todo a la incapacidad de quienes deberíamos hacerla. Cuando leo una crónica no me interesa leer una lista de temas, pero no puedo evitar anotarlos en mi libreta cuando cubro. No puedo evitar decir que ‘Tensión de Siglo’, con la participación del ya recurrente saxofonista para las bandas cordobesas Tony, fue la intro para una enorme versión de ‘El Templo de Momo’. Pastel ponzoñoso y medicinas para soñar.
La crítica debería ayudar a pensar a quien quiera pensar, y expandir la experiencia de quien solamente consume música. Todo el problema está expresado en la estricta opción verbal: un oyente jamás será un consumidor, aunque las apps y los drops nos vienen confundiendo bastante. Un consumidor no necesita críticos, necesita publicistas, y es por eso que quienes quisiéramos escribir sobre música nos vemos en la encrucijada de volvernos agentes de marketing o ser leídos por un selecto grupo de tías y conocidos. La Rosa Profunda —quizás expresión de todo un género que cada vez pisa más fuerte en nuestro suelo— parece una especie de reparación: nos devuelve al lugar de oyentes. Su música no se puede consumir, no está hecha para los 30 segundos, no busca agradar ni filtrarse o fijarse en el inconsciente colectivo con una melodía hecha para todos, o para cualquiera, lo que para la música global viene a ser lo mismo.
Este es el presente. Y aunque uno no quiera ser un nostálgico es imposible esconder que se muestra poco inspirador. Hay más gente preocupada por pegarla que por entregar una buena pieza. Rosa Profunda calma un poco el desasosiego, lo hace con más desenfreno, con más fiereza, con más turbiedad. Sea un profesor de Estadística Aplicada III ya sin capacidades de tacto humano, un loco en la peatonal gritando un tema de Viejas Locas, o un grupo de personas explorando la profundidad del fuego y de la rosa, es emocionante ver a personas que todavía aman lo que hacen.
Otro revés para quienes aún queremos escribir, una de las profesiones que más odia su propio quehacer. Escribir es un fastidio, o, como lo quiso Bolaño, “escribir no es normal. Lo normal es leer y lo placentero es leer; incluso lo elegante es leer. Escribir es un ejercicio de masoquismo”. Se me permitirá decir que vivimos una época de alteraciones y diagnósticos. Este es el presente y sobrevivirlo requiere al menos una: fingir demencia, oscurecerse junto a él y perder toda ternura, o el sopor inafectable que confundimos con estoicismo. Escribir es masoquista porque no habilita ninguna. La letra sin la voz no cala tan hondo su trazo sobre los cuerpos. Por suerte existe la música, el ritmo y el tono sin el cual no existiría la poesía.
El futuro que abre RSPRF es tentador y se muestra vivible porque no esconden el sinsentido, solo lo desaceleran, le bajan el tempo. Los candiles están encendidos porque esta forma de entender la música se parece más a la alquimia que a cualquier otro proceso. Rosa Profunda no tiene la virtud de extraer belleza desde el caos, acaso pone el caos al frente para hacer emerger una versión deforme de la belleza. Masoquista, triturada, rota, entre las manos los restos de un mundo que ya no es. Busca la tensión del siglo que se abre pero más bien suena a epitafio, a dulces versos fúnebres. Viene desde un tiempo en el que la muerte se celebra, se festeja, se ríe. Música que no está hecha ni para la radio, ni para la pista, pero tampoco para regir la oscuridad que llevamos dentro, música que está hecha desde el living en el que conviven lo que uno necesita y lo que uno desea, aunque esa casa a veces sea un quilombo. Como la ceguera para Borges, Rosa Profunda “es una clausura, pero también es una liberación, una soledad propicia a las invenciones, una llave y un álgebra”.