Hace 13 meses que Jorge Drexler recorre más de 100 ciudades al ritmo de su nueva gira Silente. La misma propone una experiencia íntima con el músico, dejando de lado cualquier sonido que pueda distraer del hilo que une su voz con su guitarra. Ese es el objetivo que el uruguayo logró alcanzar: utilizar el silencio como materia prima.
“Entre el sonido aquí y el sonido siguiente hay un espacio silente, un breve compás de espera donde reverbera el eco, como si el eco estuviera recostado en el presente, entretenido en su trama”, recitaba Drexler dos segundos después de salir al escenario acompañado por una ola de aplausos. Un saco blanco lo vestía de gala y hacía reflectar la poca luz que teñía la escena. De eso iba la escenografía: crear un ambiente íntimo y minimalista que tuviera como único protagonista al músico. Dos técnicos se camuflaron sobre el escenario para acomodar bloques de pantallas que serian el único elemento permanente de la noche.
‘Transporte’ fue el primer tema, el cual interpretó con una caja de fósforos como instrumento de percusión. Sin respiro siguió ‘Eco’, para luego darle la bienvenida al público: “Buenas noches Buenos Aires, esto es una cosa de locos. No sé cómo agradecer que, en un momento tan complicado como este, puedan estar acá”, expresaba con una voz nerviosa y una sonrisa en la cara. Manteniendo latente su séptimo álbum de estudio, Ecos (2004), ‘Deseo’ y ‘Guitarra y Vos’ resonaron en el ambiente como las cuerdas de la particular loopera del cantante.
“Los noto muy callados, estoy a favor de que participen, pero hay ciertas reglas de convivencia”, se burlaba el uruguayo ante un público que respetaba al pie de la letra la consigna del tour y escuchaba silenciosamente. Era hora de pasar al living (así lo denominó Drexler) para sentarse y calzarse la acústica. La noche seguía recolectando anécdotas que entretenían a los presentes. Antes de tocar ‘La Aparecida’, Jorge contó que se cumplian 30 años de ese tema que es, ni más ni menos, su primer canción. “En ese momento tocaba mejor la guitarra, con el tiempo me fui volviendo malo. Me tomó 9 meses escribirla, como un parto”, exclamaba ante los fanáticos que ya rompían el hielo del silencio y reían con el músico.
Mientras realizaba ‘Chega de Saudade’ de João Gilberto, el único cover de la velada, confesó: “Empecé a escribir canciones cuando escuché este tema y entendí el grado de belleza que puede tener una canción”. Luego, ‘Sea’ conmemoró a Mercedes Sosa, cuando Drexler se la dedico entre suspiros. Uno de los momentos más memorables se dio con la llegada de un péndulo de Newton al escenario y una posterior clase sobre física por parte del músico, en la que se tomó un momento para citar a Galileo Galilei entre chistes y verdades. Explicando cómo se conserva el movimiento y la energía (y cómo ello se transforma en algo magnífico), daba el gancho para tocar ‘Todo Se Transforma’. El silencio ya no era el principal protagonista, sino el público que susurraba las letras con delicadeza, pero de una forma pasional.
No importó cuántas personas pudieran encontrarse en el Rex, Jorge Drexler se encargó de generar una intimidad tal, que uno podía creer que estaba a solas con él, en el living de su casa. Siguiendo la trama de sonidos experimentales, interpretó ‘La Edad del Cielo’ con una especie de autotune que vibraba junto a un foco de luz, el cual apuntaba a su cara. ‘Soledad’, ‘Pongamos Que Hablo de Martínez’ y ‘Movimiento’ fueron coreadas por todos los presentes.
Con una amague de despedida, el cantante volvió a salir a escena para interpretar ‘Silencio’, canción acompañada de una pantalla enorme que se iluminaba en cada tiempo muerto del tema, encandilando al público. Anticipándose a un final esperado, ‘Me haces bien’ fué el tema más aclamado por los fanáticos. Jorge invitó al escenario al dúo La Loba, (compuesto por Javier Calequi y Guadalupe Álvarez) que habían tocado anteriormente como teloneros, para interpretarlo juntos.
Llegó a su fin la primer función de las cuatro que ofrecía el cantautor en nuestra ciudad, y fue suficiente para encandilar de romanticismo y poesía a su público. Drexler no necesitó de lujosos instrumentos ni grandes escenografías para ponernos la piel de gallina, hacernos soltar un suspiro de encanto con cada canción e invitarnos a ser silentes.