CARDELLINO POR CIEN AÑOS MÁS

Por más que tiren a matarle él sigue riendo al despertarse

Están pasadas las 21 en el barrio de los bares en la Capital. Hace unas horas comenzó la gira de Cardellino en Argentina, con la primera función en Sala Siranush, teatro bar palermitano propiedad del Centro Armenio, y la segunda promete espectáculo.

Hace calor, las mesas están llenas, el artista se asoma sorprendentemente puntual a tocar solo con su guitarra eléctrica, que luego cambiará por acústica, y también por un piano. Incluso tocará la batería, lenta y suavemente mientras canta, y a golpes estrepitosos cuando se permite un solo con ella. Cuando me fui a Estados Unidos vendí todo, y desde entonces no me pude volver a comprar una batería, así que siempre que tengo una aprovecho”, aclara con elegancia. 

Javier (así le pusieron sus progenitores) posee la sensualidad rioplatense, cierta elegancia europea y la labia de quien ha trotado mundos. Trae tintes, texturas y colores dignos de quien solía ser productor y hoy vuelca todo ese bagaje en su proyecto personal.

¿Cuál toco?” pregunta, y a pesar de que no está en su setlist, pone play a la pista en su compu y obedece el grito del fondo que insiste con ‘Dalí’. También se da el gusto de invitar artistas disímiles, como Sofía Hervier para ‘Diabla’ o el rapero Kodigo junto al productor Renzo Luca en guitarra para ‘Ferrari’. A su vez, para ‘90’s’ se trepa al escenario Ticky, que viene a reemplazar la voz de Emanero, quien canta dicho tema en estudio.

 

¿De qué sirve conservar la vida si se pierde la humanidad?

 

La jornada se le acaba, pero el Carde —que desde la primera canción le arrancó gritos de júbilo a su audiencia—, no quiere saber nada con bajarse de las tablas. Tres veces arranca ‘Café’, pidiendo unos retoques al sonidista luego de intentarlo dos veces sin buen retorno, y lejos de criticarlo te dan ganas de felicitarlo.

El músico es más canchero que quien verdaderamente se gana la vida arreglando una cancha, y de repente se pasea por los largos pasillos de la sala, manteniendo su cantar incluso cuando un fan se le pega para una selfie. La jornada no da para más: “me están por pegar un tiro”, añade en referencia al horario. Su mánager le hace señas desde el backstage y se acerca a sacar la foto de cierre de ciclo, para la cual las y los presentes se paran de sus asientos, pero Cardellino no puede con su genio y se vuelve a colgar la guitarra para la verdadera última, con las luces de la sala ya prendidas a modo de retirada. “Nos vemos afuera en un rato”, grita festejando, y sus fans acatan.

Solo 15 minutos después, la mitad de la sala lo está esperando en la puerta del teatro, y el artista se toma el tiempo de sacarse una foto o saludar a cada persona que se lo pide. La distancia social brilla por su ausencia, aunque acá cada quien está haciendo lo que su corazón dicta y nadie está siendo expuesto contra su voluntad. A fin de cuentas, ya lo dijo el graffiti de la calle Muñiz: “¿De qué sirve conservar la vida si se pierde la humanidad?”.

 

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