Hace algunos meses, mientras escroleaba por las redes, me crucé con un posteo que anunciaba la fecha en la que mi banda salteña preferida se iba a presentar en Buenos Aires: Club 20 llega a La Tangente el miércoles 15 de octubre. Mi alegría desmesurada al ver ese anuncio se tradujo rápidamente en mensajes a mis amigos porteños: “¿Vamos a verlos?”
Cuento esto a modo de prólogo, pero también para intentar explicar una euforia que no es solo fanatismo. Soy una salteña adoptada y hay algo en esta banda que me conecta con una sensación bastante esquiva: la de lo familiar. Ustedes ya saben, lo familiar no necesariamente es bueno. Fabián Casas lo dijo mejor: todo lo que se pudre forma una familia.
Pero en este caso, lo que me pasa con Club 20 es otra cosa: algo que se parece más a un reencuentro con alguien amado, una especie de reconocimiento de un idioma privado que compartimos. Como si su música —mezcla de rock, pop y, por qué no, algo folclórico— habilitara una zona de complicidad que me emociona y que quisiera que otras personas conozcan.
La noche del miércoles, Buenos Aires parecía el escenario de una película que podría renovarme las ganas de creer en la humanidad: una noche para tomar algo fresco en la vereda y vestirse con ropa liviana. Eso mismo hicimos con una amiga a la que invité al show, convencida de que algo de mi sensación de familiaridad iba a llegarle.
Cuando las luces bajaron y sonaron las primeras notas, se notó enseguida que Club 20 atravesaba un gran momento. En formato full band —con Maximiliano Montañez en bajo, Pablo Garzón en guitarra y Piruu Mancia en voz y guitarras— recorrieron las canciones de su último disco Feria (2023), de su EP homónimo, todos sus singles conocidos, e incluso tocaron ‘Usa y abusa’, estrenado en plataformas apenas un día antes.
A la banda se sumó una trompeta que apareció en varias canciones y llevó la atmósfera a lugares más profundos, como si abriera un espacio para respirar dentro de la intensidad lírica que caracteriza a Club 20. Los vi seguros, disfrutando de sus canciones, del canto del público y de la amplia convocatoria.
Hacia el final, Piruu Mancia agradeció al público, a los amigos “que hacen esto posible”, a sus familias e, impostando la voz como un animador de corsos del norte, gritó: “¡Desde el norte argentino para el mundo: Club 20!”. Una arenga orgullosa que ya se volvió ritual en todos sus shows.
Creo que hay experiencias que devuelven la dimensión de las cosas; quiero decir, que me hacen repensar qué es lo que realmente me conmueve. La singularidad a la que apuesta Club 20 claramente es una de esas cosas. Su música se enriquece al ensayar entrecruzamientos particulares y orgullosos. Hay un lenguaje propio al que apuestan sin ceder a la tentación de homogeneizar su sonido con el indie de Capital.
Gracias, Club 20, por ese gesto de traer un pedacito del norte a esta ciudad en la que a veces parece que no cabe más nada.