“La gente paga dinero para ver a otros creer en sí mismos” escribió Kim Gordon en su memoir “La Chica del Grupo” (2016), que pronto cumplirá una década desde su lanzamiento. Esa frase me impactó profundamente apenas la leí. La siento, en su simpleza, profundamente cierta. Kim continúa: “cuanto mayor sea la posibilidad de fracasar ante el público, mayor valor le atribuirá la cultura a lo que hagas. A diferencia de, pongamos, un escritor o un pintor, cuando estás sobre el escenario, no te podés esconder de los demás, ni tampoco de vos mismo”.
Kim está hablando de valentía. De pagar el precio de una entrada para ver a otro haciendo lo que vos no te animás a ser. No porque fantasees con ser músico, si no por la exposición y el compromiso que implica pararse sobre un escenario. La fecha doble de Kim Gordon y St Vincent en el C Complejo Art Media desbordaba valentía: dos mujeres tremendamente talentosas cargando sobre sus hombros todas las miradas y todo el poderío que implica ocupar su lugar.
Lo primero que me llamó la atención de la presentación de Kim fue su banda: los músicos no parecían superar los treinta años. No debería sorprendernos que ella, que acaba de cumplir 72, haya elegido para acompañarla a músicos jóvenes. Es conocida por su actitud de profundo reconocimiento hacia colegas más jóvenes que la inspiran. Recordemos ese famoso video de ‘Bull in the Heather’, de Sonic Youth, en el que aparece Kathleen Hanna, vocalista de Bikini Kill. En ese momento fue un enorme gesto de validación de Kim hacia Kathleen de cara a la industria. Significó plantarse como voz autorizada para afirmar lo que es bueno y lo que no. Si bien en la actualidad la situación es otra, y podríamos decir que en este show la gente vino a ver más a St Vincent que a Kim, la trayectoria de la artista y el hecho de que haya decidido sumarse este tour también implica una suerte de validación.
St Vincent es la combinación perfecta entre el controlado desborde de talento musical y la diversión
El sonido distorsionado de las guitarras parecían raspar el aire. Kim tocó sus canciones en un setlist bastante corto, dejando paso a St Vincent. Annie inició lo que serían casi dos horas de un show perfecto con la oscuridad de ‘Reckless’, para rápidamente tirar sus guantes al público, tomar su guitarra, y comenzar con canciones como ‘Fear The Future’, ‘Los Ageless’ y ‘Broken Man’.
Más allá de un setlist profundamente variado, en el que recorrió casi toda su discografía, me interesa destacar la forma tan elegantemente trash de su propuesta: St Vincent es la combinación perfecta entre el controlado desborde de talento musical y la diversión que implica estar haciendo lo que te gusta con tus amigos. Lo elegante y lo desarreglado, casi como un guiño al espectador, conviven en ella. De estar haciendo el solo de guitarra más increíble que vas a escuchar en tu vida a darse vuelta y pegar una patada (totalmente intencional) a uno de los platillos de la batería hasta tirar parte de la estructura al suelo. De cantar una canción profundamente sentimental y perfecta a terminar tirando su guitarra al público. Es gracioso ver cómo sus guardias de seguridad van detrás de ella, tratando de “arreglar” lo que hace (acomodando la batería, pidiendo por favor que devuelvan la guitarra), mientras Annie parece no enterarse.
Sin embargo lo sabe, lo reconoce, y lo hace porque es una performer excelente. Porque llegó a un punto de su carrera en el que la excelencia ya no alcanza para el disfrute: el goce viene del lado de la diversión.
Otra gran frase de Kim Gordon: “En general (...) a las mujeres no se les permite ser increíbles. Es como la famosa distinción entre arte y artesanía: el arte, la locura y la búsqueda de soluciones es cosa de hombres. La artesanía, el control y la refinación son para las mujeres. Culturalmente, no permitimos que las mujeres sean tan libres como quisieran, porque eso les asusta. O las rechazamos o las consideramos locas”. Annie y Kim entran dentro de esa categoría: mujeres increíbles, que tienen todo menos mesura.