SYSTEM OF A DOWN: UNA PARED DE SONIDO

A diez años de su anterior visita, la banda está más sólida que nunca

Fotos por @acorazonada

Hermosa tarde de sol otoñal. Sábado ideal para embarcarse en el 34 rumbo a Liniers. El tradicional desfile por Juan B. Justo hasta llegar al Estadio José Amalfitani donde se presentó System Of A Down. Diez años pasaron de su última visita al país cuando colmaron el estadio de GEBA, en Palermo. Esta vez la apuesta fue mayor y el grupo llenó uno de los estadios con más capacidad que tenemos en la ciudad y sus alrededores.

La velada comenzó con la presentación de Mujer Cebra, el power-trío porteño que en tan solo veinticinco minutos se despachó con una catarata de canciones prácticamente sin mediar palabra alguna con el público. Cortita y al pie, como debe ser una apertura de esas características. Luego fue el turno de Ego Kill Talent, la banda brasilera que oficia de telonera de System of a Down en toda su gira sudamericana. Con una presentación arrolladora, los vecinos del Brasil dejaron a la audiencia en el punto justo de ebullición antes del plato fuerte.

La sencillez de los System of a Down se percibe desde su salida a escena, sin mucha parsimonia ni parafernalia. Los cuatro miembros de la banda vestían de negro y apenas destacaba el vestuario del guitarrista Daron Malakian con su elegante traje, sombrero y guitarra a tono. El resto, remeras negras y jeans.

La carga política y la denuncia social son baluartes primordiales en la obra de la banda. La apertura del show con ‘Arto’, su adaptación de un himno de iglesia armenio, plantea la premisa desde el comienzo. Nietos de sobrevivientes del genocidio armenio o refugiados de guerra ellos mismos en algunos casos, fue la ciudad de Los Ángeles la que los acobijó y reunió pero jamás dejaron de lado la reinvindicación y difusión de su cultura.

Mucha teatralidad en escena, y no particularmente por la elocuentes gesticulaciones de Malakian y el bajista Shavo Odadjian que buscaron sacar el máximo del público recurriendo Malakian también a chicanas y provocaciones del tipo: “No los escucho” o “La última vez cantaban más fuerte” mientras la gente se desvivía por ellos al canto criollo de ‘Olé, olé, olé, olé… Sys-tem, Sys-tem…”.

Tal cual se suponía en la previa, fue Toxicity (2001) el álbum que más canciones aportó a la lista con once, como ‘Prison Song’ y ‘Aerials’ que sonaron en el tramo inicial de un set que fue tan intenso que la primera pausa (tanto para el público como para la banda) llegó recién después del séptimo tema, ‘Mr. Jack’, del disco Steal This Album (2002), el cual hizo saltar a todos.

No necesitó nunca el show de un imponente despliegue técnico, ni cambios de vestuario para atrapar a la audiencia con una sencilla puesta en escena, siendo las cuatro líneas de pantallas móviles el mayor atractivo, ajustando sus distintas alturas para generar efectos visuales dinámicos e inmersivos. Y el público se encargó de completar el cuadro con su propia performance, ya fuera agitando en canciones como ‘Needles’ y ‘Deer dance’ o haciendo ondear las linternas de sus celulares en plan balada durante ‘Soldier side’. “Argentina, tiempo para bailar”, dijo Serj Tankian en un sencillo español antes de la hipnótica ‘Radio/Video’ en la que fue una de las pocas intervenciones directas del cantante con la audiencia. 

Con el contador llegando a las dos horas de duración llegaron los impactos más fuertes: Toxicity, con una breve pausa antes de su punto máximo de intensidad con Malakian arengando a todos con un “¿Sabén que hora es?”. Descontrol total y pogos como pocos. Y eso porque todavía no habían tocado ‘Sugar’, la canción elegida para cerrar el show y, seguramente, la que más movilizó a un público que para entonces ya estaba desencajado.

Más de treinta canciones que no tuvieron necesidad de un bis porque después de semejante despliegue de energía no había necesidad de nada más. Solo quedó tiempo para un impecable paso de comedia durante el cual el baterista John Dolmayan se quedó tirando infinitos palillos al público mientras un asistente lo seguía de lado a lado del escenario entregándole baquetas sin parar. 

Pocas veces tenemos la suerte de ver una banda con más de un cuarto de siglo de carrera con su formación original. System of a Down siempre fue una pared de sonido inamovible y su robustez sigue intacta pese al paso del tiempo. Ojalá que no pasen otros diez años antes de que volvamos a verlos. 

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