La música se reinventa constantemente, más aún con las nuevas generaciones. A pesar de que muchos dicen que desde la década de los ’90 el rock murió y que no hay más bandas innovadoras, los genios del apocalipsis artístico no tuvieron en cuenta un detalle: la clave para que todo el tiempo surjan nombres frescos, modernos y con peso específico radica en la simpleza y el sello distintivo de cada uno de ellos. También se aseguraba que cada decenio transcurrido arrastraría cada vez menos interés en la variedad de géneros, pero probablemente el nuevo milenio sea el que más heterogeneidad sonora tenga, y The Neighbourhood es la prueba. Sencillamente inclasificable, asume dos retos a la vez: un dolor de cabeza para los fanáticos de los rótulos y un desafío de aceptación de la vieja escuela del rock para con sus colegas emergentes.
La noche del martes en el Teatro Vorterix confirmó que la vecindad adolescente del rock no come vidrio y es cada vez más exigente. The NBHD (como se la suele abreviar) fluctúa entre el post-punk más oscuro, el pop melódico más sentimental y el indie-rock característico de los últimos años. Ya habían pisado suelo nacional el año pasado en el festival Lollapalooza, aunque sólo tuvieron 40 minutos para mostrarse ante un público que volvió a dar el presente en el barrio de Colegiales. Había mucha expectativa por el primer recital propio en Buenos Aires: las entradas se agotaron rápidamente, confirmando el fervor y la devoción de los chicos por el grupo norteamericano.
Los ascendentes Nidos fueron los encargados locales de abrir la templada noche. Con tres discos de estudios (el último fue grabado en el prestigioso Abbey Road de Inglaterra) y en formato de trío, los liderados por Julián Ares agregaron una buena cantidad de oyentes a sus fieles seguidores. Los otros teloneros fueron Health, quienes no dispusieron del mejor sonido, sufriendo por momentos varias complicaciones. A pesar de eso, los angelinos destacaron por su potente y eléctrica puesta en escena.
Puntuales y recibidos con un griterío ensordecedor, Jesse Rutherford (voz), Zach Abels (guitarra), Michael Margott (bajo), Jeremy Freedman (guitarra) y Brandon Fried (batería) saltaron al escenario y durante 80 minutos desplegaron un repertorio que abarcó las tres placas que conforman los ocho años de trayectoria de The Neighbourhood en el circuito. En la previa, los temas elegidos para ambientar la larga espera demostraron que la influencia del post-punk es tan obvia como esencial en los californianos. ‘Teenage Riot’ de Sonic Youth, ‘Atrocity Exhibition’ de Joy Division y el cierre con ‘Everyday is like Sunday’ del inoxidable Morrissey se ocuparon de encender la nave antes de comenzar el viaje por el vecindario.
’How’, ‘R.I.P. 2 My Youth’ y ‘Dust’ se sucedieron de forma enganchada, justo antes de que Jesse se balanceara en una soga que emergió del techo del recinto. Se trata de uno de los puntos distintivos de The NBHD: el vértigo y la locura también son parte de la ecuación. ¡Pobre del cantante si caía en las garras de sus extasiados y eufóricos fans! ¿Habría quedado algún rastro del hombre tatuado?
Los puntos más altos del recital se produjeron de forma consecutiva: en ‘Livin’ a dream’ voló desde el gentío una bandera argentina, la cual posó durante el resto del show como un trofeo para la banda; y durante ‘Sadderdaze’, Jesse se calzó la guitarra electroacústica, se encendieron las luces de los celulares (parecía que había más teléfonos particulares que personas presentes), formando un aura sonora única e inigualable.
Entre riffs de garage-revival y melodías sentimentales, rápidamente transcurrió el listado. ‘Sweater Weather’ y ‘Stuck with me’, dos de los temas más conocidos y preferidos de la audiencia, dieron cierre a una fecha que superó ampliamente las expectativas propias y ajenas. A pesar del casi nulo diálogo de The NBHD con su gente en vivo, demostraron que a veces las palabras sobran para conectar las dos partes.