“Ni Pinochet se animó a tanto” dice Matías Aguayo —músico, DJ y productor chileno—, sentado en un bar en Palermo mientras se prepara para tomar un vaso de vino. No lo dice en referencia a Javier Milei, sino a Daniel Noboa, presidente de Ecuador, en referencia a la irrupción violenta en la embajada de México —país que habita desde la pandemia— ordenada por el mandatario ecuatoriano hace unas semanas para extraer a un ex vicepresidente que gozaba de asilo político.
Matías viene de una familia de padres exiliados en Alemania por la dictadura chilena. La política tocó su vida desde antes de que pudiera pronunciar diáspora. Si su infancia y juventud fueron marcadas por ser hijo de migrantes en la Colonia de los ‘80, sus años de adultez y vida profesional tendrían también un tinte político. En el 2009, fundó el sello Cómeme, uno de los movimientos más importantes de la música electrónica latina, que se encargó de llevar sonidos de esta región a todo el mundo, con la autenticidad como bandera: “La música latinoamericana no necesariamente es tropical. Quisimos romper con ese cliché. Nosotros hacíamos, y hacemos, música mirando hacia acá, no hacia Europa, creábamos sin pensar en qué les pueda gustar a ellos”.
Es un hecho que la propuesta de Cómeme (y otros colectivos como ZZK, por ejemplo) plantó un mensaje y una bandera que empezó a rendir frutos. Sin embargo, años después, Aguayo reconoce que mantenerse poco complacientes sigue siendo un problema, “Noto un retroceso. Siento que se sigue produciendo con esa mirada de qué puede gustar en el hemisferio norte. Dentro de la electrónica sigue habiendo una condescendencia anglocentrista en la que se habla de un ‘fenómeno’ y no tanto de artistas o escenas que desarrollan algo. Eso lo encuentro bastante nocivo. No hay una investigación profunda en la narrativa europea de música electrónica que viene de Latam. Lo que hay es un legado. No se la toma tan en cuenta, pero es historia”.
Hace una pausa, toma más vino, mide muy bien lo que va a decir y continúa: “Al mismo tiempo, encuentro contraproducente operar desde un resentimiento hacia Europa. A mi me gustó más nuestra postura, que era ignorar, hacer la nuestra”.
Si con el sello se proponía incomodar un poco, el hábito se quedó. Matías disfruta salir de su zona de confort al momento de trabajar en su música. Someterse a actividades y escuchas, limitar los recursos que implementa, prohibir ciertas herramientas (hardware y software) y otros ejercicios de estimulación son parte de su proceso, el cual describe, sin decirlo así, como orgánico: “Me gusta experimentar, jugar, y eventualmente llega un punto en el que veo lo que tengo y pienso: listo, aquí hay un disco. A partir de ahí empieza la parte de trabajo más rígido, donde me pongo metas, deadlines, fechas. Cuando entro en esa recta final en la que ya hay más gente dependiendo de que trabaje, es cuando se pone un poco más estructurado todo”.
En ese proceso también entra su rutina, sus costumbres, sus nuevos gustos, que, insiste, siempre terminan afectando el resultado final. Puede ser algo tan literal como nueva música que consume, o algo más abstracto, como andar en bicisendas en México, pero siempre se termina colando en su trabajo: son como ingredientes en una cocina”.
Esta exploración, el transitar nuevos lugares para ver a dónde lo llevan, no es exclusiva del momento creativo. Porque, además de DJ, Matías es un artista y un curioso de la música, que busca llevarla a nuevos espacios. Recuerda, por ejemplo, que allá en México él y su pareja conocieron a una niña que le pidió inocentemente que toque en su fiesta de quince. Él, fascinado por el desafío y el contexto, aceptó. “Creo que fue el set para el que más me preparé en mi vida. En serio, estuve investigando mucho sobre qué música tendría sentido tocar, escuché mucho reggaeton, música urbana, y un amigo me hizo el favor de guiarme un poco”.
En el otro extremo del espectro, está el trabajo que hace anualmente en una cárcel en Francia, donde compone la música de una obra de teatro que funciona como proyecto social: es interpretada por personas privadas de la libertad, y pone en contacto sectores de la sociedad que usualmente no se topan, “es un proyecto muy lindo, del que me gusta participar porque soy uno más, no el protagonista. La última vez pasó algo muy curioso: terminada la obra me di cuenta de que había una gran energía en la sala, y por primera vez desde que participo, toqué como DJ. En su mayoría los presos de esa cárcel tienen orígenes del norte de África, y yo por casualidad tenía una colección de música de Argelia, le pregunté a uno si tenía sentido ponerla y me dijo que sí: de repente estaban todos bailando y sonriendo”.
Sobre el presente, volvemos al tema de la complacencia. Dice que es cada vez más complicado conseguir fechas en Europa para sus colegas, aunque coincidimos en que bajo lógicas capitalistas, tendría sentido buscar llamar la atención allí: “Europa ofrece eso al final. Aunque está cada vez más difícil como latino. Se entiende el querer operar a un nivel internacional”.
Matías sabe que habla con autoridad, después de todo, es un prócer de la electrónica latina. Aunque le cueste, reconoce el protagonismo que fue necesario que tome en su momento. “Me di cuenta con Cómeme. Tenía un roster de artistas de acá, y al mismo tiempo la infraestructura europea de tener distribuidor, quien imprime vinilos, y poder empezar a tender esos puentes. Ahí sentí no que era la cara de nada, pero que tenía la responsabilidad de usar correctamente las herramientas que tenía a mano”.
Tomando lo último de una botella de vino, anticipa lo poco que puede del show del martes 30 en Niceto Club junto a J. Catriel y los E110101. No intenta vender nada. Más bien, es una declaración de principios. “No sé del todo con qué vamos a encontrarnos. Realmente no entiendo mucho lo de preparar sets con anticipación; a mi me gusta ir y verme con qué me encuentro”. Esto último es literal, le gusta tocar con las luces de cara al público un poco encendidas, lo suficiente para poder ver las reacciones de la gente y seguir construyendo desde ahí. “Intento concentrarme en personas en particular. La masa es abrumadora, no se distingue. Pero si puedo ver tres chicas adelante que están sonriendo y bailando, lo tomo como bueno. O si noto que alguien lleva dos horas bailando en el mismo lugar, sé que tengo que seguir por ahí. Lo mismo cuando la reacción no es tan buena”.
Si este martes están bailando cerca de la cabina y sospechan que Matias los está observando, lo más probable es que tengan razón. Asegúrense, entonces, de manifestarle con sus expresiones su satisfacción. Él lo agradecerá.
Conseguí tus entradas acá.