“Tal vez lo nuestro era solo para divertirse, pero este tonto suele confundirse”, escuchamos en el estribillo de ‘Tal Vez’, uno de los hits del cordobés Paulo Londra. Otra vez nos encontramos con el problema de relacionar géneros musicales con performances de género. Ya sea que se lo considere trapero o reggaetonero, el cantante rompe totalmente con el arquetipo de las líricas esperables en su universo sonoro, alejándose de la misoginia del reggaeton y la crudeza del trap. Saca pecho, no porque tiene putas, sino porque tiene amigos. Su personaje es evidente: es un chico tranquilo, diferente, buenudo. Un hombre que puede verse a sí mismo tonto y confundido, dos estados que el macho nunca acepta para sí.
En ‘No Puedo’, el artista canta: “Entiéndeme, muy loco estoy. No necesito quejas, sino contención”. Podemos ver como una cualidad valiosa que un pibe pueda admitir que es vulnerable. La masculinidad hegemónica le exige a los varones autosuficiencia y crudeza emocional, por lo que nos hace reacios a reconocer que necesitamos ayuda y a pedirla. Mientras el reggaetonero, en términos generales, es un hombre rendido al ansia de la acumulación de conquistas, Paulo nos deja un estribillo en el que confiesa: “Y no puedo sacarte de mi mente, no quiero hablar con otra gente, sabiendo que siempre he sido un tímido y rozo lo cínico pa’ reconocer que te perdí”. Londra se presenta a sí mismo tímido, casi como con ansiedad social, incapacitado para hablar con otra persona que no sea la chica que ama. Convengamos que si muchos cantantes adoptan esa pose, no es moneda corriente que se llamen a sí mismos cínicos. Se podría decir que es solo un verso, pero nos perdonarán la exageración: hay que haber mirado mucho dentro del propio abismo para poder reconocerse cínico.
“SU POSE DE POBRE PIBE ES SU DERROTA Y, A LA VEZ, SU MAYOR CAPITAL”
Con sus líricas, Paulo se ubica en el lugar de la falta: es el chico que no cumple con el mandato y, por eso mismo, la pasa mal. El introvertido, el vergonzoso del cual la gente se ríe. La propia masculinidad ejerciendo un castigo por no ser correctamente representada, a la vez que, justo desde ese lugar, constituye identidad. Queda por saber si estas letras, que parecen alejarse del dominio del varón seductor, son válidas para pensar en una fisura en las reglas de constitución de la virilidad.
En su libro White Boys, White Noise: Masculinities and 1980s Indie Guitar Rock (2006), el músico y académico neozelandés Matthew Bannister sostiene que hay un componente relativo al género en el que las formas de masculinidad hegemónica hacen que, para algunos hombres, sea más fácil y, a veces, hasta provechoso ser miserables. El autor utiliza en su texto original el verbo en inglés profitable, un término cuya utilización sostiene la idea de una «economía de los afectos», en la que éstos son parte de un intercambio beneficioso para una o ambas partes. Esto nos sirve para pensar qué gana y cómo se beneficia la figura de Londra al construir su personaje.
Empezamos a entender cómo ese porte hace de la falta un paso más en la estrategia para generar atracción; de la propia debilidad, un arma. Si retenemos la idea de una constitución de hombre que no es, podemos ver un despojo que es también acumulación. Se es un pobre pibe porque no se llega a ser un macho, no se tiene lo necesario para serlo. Sin embargo, esa condición es la que lo provee de sus armas y dotes y, aunque a veces pierda, nunca se sale del juego de la seducción. “Ahora siento pena, la gente se equivocaba. Ninguno sabía que tengo un estilo perseverante que nunca frena”, dice en ‘Condenado Para El Millón’, donde el mismo título marca que se hace cargo de su falta —por lo tanto, de su castigo y pena que cumplir—, invirtiendo las formas que conocemos de ser un ganador y revalorizándose. Junto a esta inversión, podemos hacer resonar en su perseverancia sin frenos a aquella concepción que confunde seducir con insistencia y «denseada».
Estas observaciones nos hacen pensar cómo la distintividad de este artista se ubica en un espectro de masculinidades difícilmente encasillables en los términos de hoy en día. Podríamos decir que pertenece a una difusa porción de chicos hetero que no son machirulos, ni tinchos, ni aliades; aquellos que, mientras se alejan de los mandatos, no llegan a representar una crisis para la concepción predominante de qué es ser hombre. Una masculinidad que está signada por la ambivalencia de no cumplir el mandato y estar presa de todas sus reglas. Esa misma que puede decir con tranquilidad: “Mami, suelo acobardarme, pero hoy tomo alcohol”, sin darse cuenta de la profundidad de su propia frase. Es relevante porque constituyen un grupo de varones que sufren en su propia piel la violencia del patriarcado que los produce. Desde allí, no ejercen las violencias más explícitas pero nunca llegan a cuestionar las reglas ni abandonar el juego de la seducción.
El joven cordobés canta: “Voy a contarles que no soy nadie tan interesante”. ¿Por qué, a pesar de no tener nada sustancial que decir acerca de sí mismo, elige que esa sea una carta de presentación? ¿Es real su humildad o es una falsa modestia? Podemos ver en esas ansias de decir y opinar un componente muy masculino, ese que se relaciona con el mansplaining. Podemos pensar de Londra que, en sus letras, difiere del régimen pero no atenta contra su orden, portando una forma de ser que, en su diferencia y aparente tranquilidad, no hace más que alimentar la regla sin amenazar los valores dominantes de la masculinidad.