Sobre la hora del show, a sabiendas de que Liam Gallagher será puntual, las instrucciones iniciales que enviaban a cada sector a ingresar por una puerta distinta se flexibilizan: “cualquier QR por los molinetes”. Dentro del Movistar Arena te acomodan, pero hay que agilizar el ingreso de los argentinos tardíos. En el campo trasero está el agite, y se arman los clásicos círculos de pogo; el arranque es muy arriba, e igual que en toda la gira —luego de hacer sonar una canción de su equipo el City y ‘Fuckin’ in the Bushes’ de Oasis—, el primero que interpreta es el certero ‘Morning Glory’, seguido del hitazo ‘Rock ‘n’ Roll Star’.
El campo delantero está un poco más cómodo y tranquilo, pero igual derrocha fanatismo. Los primeros temas de su carrera solista son arriba, como ‘Wall of Glass’, y vuelve a desgarrar corazones con la bandera del brit pop de antaño en ‘Stand by Me’. Otros temas propios no generan tanta emoción, pero no puede decirse realmente que sean momentos malos.
Su voz está impecable, mejor que la última vez que nos visitó, algo aquejado. Acaba de sacar un buen disco y pasa un gran momento de su carrera post-banda. Oasis está cada vez más lejos en el tiempo y su herida más sanada (hablo desde el punto de vista del oyente), pero sigue siendo la clara razón de su gran convocatoria.
La lista es un calco que lo que hizo en Chile hace dos noches, hasta el momento en que perdemos notoriamente porque, si bien toca un clásico como ‘Some Might Say’, lo hace en el lugar que hace 48 horas sonaba ‘Supersonic’. De todos modos, cumple con la arenga al dedicarle ‘Wonderwall’ al Kun Agüero y arrancar el encore con ‘Live Forever’ para Maradona.
El cierre es a pura gloria con ‘Champagne Supernova’ y, en un show de casi una hora y media —con 10 temas de Oasis en 17 totales—, alcanza con lo justo para decir que el menor de los Gallagher está a la altura de sus 50 años como músico histórico aún vigente. A diferencia de su última visita, donde tiró su micrófono tanto en Lollapalooza como en su sideshow, esta vez el Shure permanece en sus manos, aunque tiene el gesto de consentir a la audiencia arrojando sus maracas.