Cuadras y cuadras de cola en todos los accesos del estadio porteño sirven de evidencia para lo innegable: esta noche se presenta la mejor banda de argentina. Y es que la afirmación puede sonar grandilocuente o, incluso peor, carente de valor, dado que hoy por hoy los halagos se utilizan a mansalva, pero ¿de qué otra forma explicamos lo que presenciamos? 30 canciones que ponen a bailar a un señor de 50 años con una remera de los Rolling Stones, a una chica de 15 con glitter y mochila de Halsey y a todos los perfiles etarios y socioculturales de entre medio.
Un juego de luces nunca antes visto, combinadas a la perfección con las visuales para setear el mood de cada canción; un Adrían que se pasea por una tarima a la altura del público y un Diego que acompaña desde atrás pero con idéntica vehemencia cada canción. Una banda de trayectoria, la única quizás, que logra no repetirse. Salvo está, claro, en esos condimentos que solo ellos pueden hacer, dado que, al igual que en la gira del disco anterior con ‘La Pregunta’, aquí abrieron y cerraron con la misma canción: ‘Bye Bye’. Así se instala un tema, y coreando hazme el amor hasta el amanecer nos vamos caminando por las calles de Villa Crespo.