JUANA MOLINA EN EL KONEX: “UN DÍA VOY A SER OTRA DISTINTA”

Enérgico, embrujante y excéntrico

“Que las hay, las hay”, decía mi abuela sobre la existencia de las brujas. El Parador Konex, un 20 de enero, alrededor de las 20 horas, fue aquelarre de Juana Molina, quien logró encantarnos por una hora y media con sus exóticas canciones.

Los presentes caímos rápidamente en la hipnosis propuesta por la diversidad rítmica de su inclasificable música. ‘Ferocísimo’, ‘Estalacticas’, ‘Cara de Espejo’ y ‘Paraguaya’, dieron inicio a una lista potente e intensa, celebrada por el notable compromiso del público que bailó cada tema en medio de un lindo atardecer de la Ciudad de Buenos Aires (aplausos uno: propuesta más que agradable para quienes habitamos el verano de forma urbana). 

Con la luna enfrentada al escenario, la compositora se animó a bromear con los asistentes de una manera sumamente natural, como si estuviéramos en el patio de su casa y fuéramos todos invitados a sentarnos en su mismo jardín. Este carácter le dió una humanidad necesaria para conectar con las excentricidades de los desgarbados temas que seguían.

Hubo algo de punk en subirse mano a mano con un baterista (aplausos dos: Diego López Arcaute con su batería y su pad, realmente impactante). Hay mucho punk en romper las estructuras tradicionales de un show, al correr el foco del escenario y, casi oníricamente, descender por la escalera que encontramos en el patio del Centro Cultural Konex. La actriz y compositora argentina, embelesada por una gran pollera blanca, descendió cantando a capela ‘Cálculos y Oráculos’.

Tras este momento especial, en escena nos encontramos con dos nuevas presencias: Javier Matano —bajo— y Mariano Domínguez —guitarra—. Ante estos invitados, la cantante comentó que fueron recuperados los derechos de sus canciones tras 27 años y que, junto a ellos, formó parte de un proyecto llamado Rara en 1996. Dos sucesos que invitan a destacar la trayectoria de la artista, sobre todo por la perdurabilidad y lo atemporal de su obra

Para el cierre, Juana se atrevió a negociar con la audiencia para determinar cuál sería la canción límite (ganó ‘Sin guía, no’) y, por las urgencias que las ordenanzas de la ciudad disponen, nos quedamos sin bis. Sin embargo, ante la sobra de unos mínimos minutos, se animó a jugar con la loopera y a improvisar hasta que se hicieron las malditas 22 horas, momento final de este gran show

El atractivo que se encuentra en la rítmica hipnótica e irregular, sumado a lo estable de su tono de voz que, casi con la boca cerrada, nos dice cosas muchas veces inentendibles y crípticas, nos extrajo de nuestra realidad y nos devolvió con ganas de ser parte de un nuevo encuentro prontamente. Es por esto que recomendamos y militamos con toda vehemencia la asistencia a un show de Juana Molina antes de morir.

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