The Weeknd, Taylor, Waters. Coldplay el año pasado; todos al igual que los Red Hot Chili Peppers llenaron en repetido el Monumental. Los californianos lo hicieron dos veces, podrían haber sido tres también, la gente así lo deseaba, y lo hicieron con el show más corto de entre los mencionados.
Sí, los conciertos de los héroes del funk son sustancialmente cortos para una banda de su calibre, por compararlos con los ya mencionados u otras bandas semejantes como Pearl Jam o Foo Fighters, que además de más minutos, transpiran más actitud en vivo. Incluso entre quienes comentaban a la salida lo mucho que habían disfrutado, se repetía el lamento de que “dos o tres temitas más igual faltaron”. Esto no es sorpresa, puesto que ocurre en todas sus presentaciones, pero no le quita lo desmoralizante, sobre todo si es tu primera vez. Imposible no quedarse manija de algún tema con una agrupación que posee 13 discos largos. Aunque, al mismo tiempo, alguien bien dijo: “lo vi tocar a Roger casi tres horas, que no se puede ni mover, y estos no llegan a las dos horas”. A él le decimos, touché mon amie.
“Los Peppers tienen todos los condimentos y un montón de piezas significativas en la vida de la gente”
Todos los instrumentistas del conjunto son en alguna forma prodigiosos, desde el timing de Chad en batería, el completo virtuosismo de Flea en el bajo y el absoluto dominio de las melodías en los dedos de Frusciante y su guitarra. Aún así, hay un vox populi que dice que suenan mal en vivo, incluso entre representantes de la industria: ¿es así?
Lo cierto es que entran en juego otro par de cosas. Como me dijo el colega Yumber Vera Rojas mientras caminábamos el sábado cruzando Parque Sarmiento para llegar a Slowdive en el Primavera Sound, hablando de la noche del viernes: “es una jam para 75.000 personas. Se pueden hacer la paja musical y equivocarse porque es eso, una jam”. Y esta cosa de estar improvisando, sumado a la mística que se les celebra de que “tocan para ellos”, más una ligera actitud grunge (que del todo igual no les queda), construyen un relato donde se justifica cierta desprolijidad en el sonido. Como en toda jam en un nuevo lugar, la primera es la más rústica, y es verdad que el inicio del show del viernes tuvo los mayores desbalances, siendo el bajo de Flea un gran afectado; al domingo llegaron más aceitados, afianzados con el que sería el último estadio de su gira mundial.
Entonces, si “tocan poco y suenan maso”, ¿por qué agotan cada vez que vienen y se cargan un segundo River el mismísimo día domingo donde, a seis kilómetros, Damon Albarn se sube al escenario de Beck previo a cerrar el Primavera Sound tocando con Blur? Porque los Peppers tienen todos los condimentos de ser una banda atravesada por años de historia, catarata de gemas y un montón de piezas significativas en la vida de la gente, y notando más o menos sus carencias (dado que hay quienes nada comparten a las críticas que se les hacen) es imposible no ser parte de la emoción que generan.
“El soundtrack de mi vida” es un cliché que no podría ser más cierto en lo que a los Red Hot respecta, desde sus raps más crudos, su funk desarrollado, su rock melódico, sus encuentros con el pop y todos los puntos intermedios. 40 años de historia se cerraron al finalizar con ‘Give It Away’ —como en el 99.9% de sus conciertos— la noche del domingo en Nuñez; 40 años donde pasaron hasta ocho guitarristas, siendo, aparte de John, al menos dos o tres muy relevantes; 40 años con 13 álbumes, 40 años que incluyeron años de hiatus, un disco doble, 2 álbumes distintos en 2022, obras maestras icónicas y otras tantas olvidadas, 40 años que conviven ahora con el miedo de no volverlos a ver. Por eso, cada vez que se presentan, todos debemos aprovechar la oportunidad de ir.
“Sonaron mal”, le alcancé a escuchar al final del viernes a un baterista que los había ido a ver, el mismo tipo que más tarde le dijo a su compañero: “los ocho días más felices de mi vida son los dos nacimientos de mis hijos y las seis veces que vi a los Peppers”. Esta aparente contradicción no es otra cosa que la vida misma, llena de imprevistos, imponderables y desilusiones, pero vida al fin, hermosa y dichosa de ser vivida en su máxima capacidad. El truco de los privilegiados: tener expectativas acordes y, si fuese posible, aunque la economía difícilmente lo permita, ir a ambas fechas, siendo que cambiaron un 80% del setlist, maximizando la experiencia única de un fin de semana entero con los Chili Peppers.