Tras una noche de fiesta frenética al ritmo de Primal Scream, al Complejo C Art Media le esperaba una velada muy diferente. En la larga fila, esperando por pasar, se veía a un público muy diferente, pero que también estaba ansioso. Pasaron 25 años desde que Stereolab visitó Buenos Aires, pero valió la pena esperar.
Tal como en un laboratorio, cada detalle parece fríamente calculado. Sutilezas en cada instante que podrían pasar desapercibidas: estructuras de tiempo atípicas, juegos melódicos completamente anormales y puentes que parecerían que cambiaron de canción. La fineza define el extraño (y atrapante) mundo de Stereolab. Siempre lo ha hecho.

El centro de la presentación fue Instant Holograms on Metal Film (2025), su más reciente LP. Hay una notoria convicción en la actualidad, por lo que fue poco nostálgica la noche. ¿Es este un acierto? Después de un cuarto de siglo, y con un público que su inmensa mayoría no los vio en aquel momento, tal vez una performance con más lugar a lo viejo habría sido lo esperado. Pero, te guste o no, Stereolab va por otro lado y esto es acorde a su historia; pero en lo personal me dejó un poco insatisfecho. Mis oídos quedaron pendientes de vibrar con canciones de Transient Random-Noise Bursts With Announcements (1993), Cobra and Phases Group Play Voltage in the Milky Night (1998) o Margerine Eclipse (2004).

A pesar de mi vivencia particular (que probablemente resonó en algunos miembros del público), celebro esa decisión. El artista debe estar por delante de su público, de todos modos, considero un despropósito que una banda así repita set e incluso en su mayoría el orden de canciones a lo largo de la gira. Estas sensaciones no quitan lo maravilloso, lejos de eso. El mundo plagado de repeticiones hipnóticas de esta banda se vive mucho más profundo en vivo. Uno se siente en trance, conectando con la dulzura melódica de Lætitia Sadier; quien cada vez que se anima a tocar el trombón genera una épica que se plasma en ovaciones del público.
Compartiendo cervezas y risas con diferentes personas a la salida, pude comprobar que el hechizo encantador de Stereolab dejó una huella en su público. Pasan las décadas, pero el laboratorio no se oxida.
