Fotos por Eduardo Cesario / @edu.cesarius
Esta crónica podría haber tomado rumbos diametralmente opuestos. Sentado ya en el Gran Rex, leía en mi teléfono información sobre la gira a la que pertenecía el show que en instantes iba a presenciar. Las últimas semanas fueron muy ocupadas para mí y no había tenido tiempo de hacerlo antes, y en definitiva estaba yendo a ver a Pat Metheny. ¿Qué podía tener este show de diferente a los aproximadamente 20 que ya dio en nuestro país?
Un montón. Porque como leí en ese artículo, a los 71 años de edad el bueno de Pat decidió honrar sus últimos trabajos discográficos y salir a tocar de la misma manera que había producido esos registros: solo. ¿Un guitarrista de jazz haciendo un show entero sin compañía de otros músicos? Eso puede ser muy interesante, pero también puede llegar a ser aburrido. No soy un experto en jazz y siempre fui crítico de la virtuosidad por sí misma. La música es emoción y en ese campo, más no siempre es más.
Les cuento todo esto hoy, que puedo confirmar que el show fue una experiencia interesantísima y que no me arrepiento de nada. El recital empezó con una voz monótona anunciando las reglas para el público: no fotos, no videos, no celulares. A continuación entró Pat y se sentó en el medio del escenario, rodeado por algunas guitarras, y unas lonas negras a su lado y a su espalda tapando algún tipo de amoblamiento misterioso. Iluminación simple y directa sobre él, nada de cambio de colores o movimiento. Pat y su increíble melena gris nos contaron que esta era la primera gira que daba solo, y que de hecho esta era también la primera gira en la que hablaba al público por más de unos segundos. El show sucedería entre pequeñas historias y grandes medleys improvisatorios con fragmentos de canciones de su repertorio y algunas melodías prestadas de grandes canciones de la historia de la música.
Cada vez que hacía sonar sus guitarras, caíamos todos en un intenso trance, siguiendo cada firulete preciso de sus dedos. Por momentos, lo único que parecía moverse eran los lásers de los empleados del teatro que iluminaban a cada persona que intentaba registrar lo que estaba pasando con sus teléfonos.
En una de sus pausas, Pat nos contó que, como casi todos los de su generación que tocan el instrumento, se interesó en la guitarra cuando vio en televisión a The Beatles. Una vez que sus padres vieron lo que realmente le gustaba la viola, lo mandaron a la casa de un vecino que no solo tocaba, sino que fabricaba sus propios instrumentos. Ese fue el día que descubrió la guitarra barítono, un instrumento que, según ese vecino, solo funcionaba realmente si uno afinaba las dos cuerdas medias del instrumento una octava más arriba. Ese instrumento y ese pensamiento de su vecino fueron la raíz de los dos últimos álbumes del artista: Dream Box (2023) y Moon Dial (2024).
El show en general fue una masterclass de uso de loopera y de digitación, con muchísima prolijidad y expresión. Entre las melodías que sonaban camufladas entre tantas otras cosas que hacía Pat con sus guitarras, pude reconocer ‘Garota de Ipanema’ de Tom Jobim y ‘’Here, there and everywhere’ de los mencionados Beatles, No tengo dudas de que alguna más se me escapó, por la reacción del público en algunos momentos. Pero el momento cumbre del espectáculo llegaría cuando finalmente descubrió los tres “mobiliarios” que estaban ocultos bajo las lonas negras. Los dos que estaban a sus lados eran un bajo eléctrico y una guitarra, cada uno sujetado por un pie fijo que los mantenía suspendidos en el aire. El tercero era un instrumento extraño de percusión, mezcla de xilofón vertical y batería, donde todo se ejecutaba casi mágicamente solo cuando él tocaba la guitarra.
Esa sorpresa recién sucedió a las casi dos horas de show, y duró un rato más. Todavía no puedo creer lo entretenido que un hombre puede ser con una guitarra, solo en un escenario. Ante la insistencia del público, volvió dos veces para hacer bises, y todo el mundo se fue contento con la sensación que esa noche, el Gran Rex cabió en la palma de la mano del mítico Pat Metheny.