Principio de los noventa, Chicago. Dos hermanos con sus amigos del secundario arman una banda, sacan un disco y se separan. La historia de muchos, pero ¿cuántos treinta y cinco años después terminan tocando ese disco en un show demencial en el país más al sur del continente? Solo los Cap'n Jazz, y nosotros fuimos su público este lunes 10 de noviembre en Niceto.
La apertura está a cargo de Clamor. Los pibes de Quilmes están más que a la altura y dan un recital sólido, con sentimiento, que seguramente recuerden como un hito importante para su banda.

Cap'n Jazz: podemos analizar un montón la mezcla de géneros en su música y cómo eso dificulta que se los encasille tan fácilmente. Si bien se les atribuye ser pioneros de la movida midwest emo, a ellos nunca terminó de cerrarles. Por ese entonces, la etiqueta de Emo era más peyorativa que neutral. A su vez, la voz catártica y gritona trae la energía del post hardcore, y algunas estructuras extrañas en los temas y las guitarras disonantes tienen algo de math rock. Más cercano a lo que el baterista Mike Kinsella haría después al frente de American Football.
Pero esperen, porque la cosa se pone más entretenida. Porque una vez iniciado el show, lo musical iba a quedar completamente al margen, gracias al público que arrasó con todo. Arrancan con ‘In The Clear’. Tim Kinsella alza por el aire una trompa gigantesca y sopla como si fuera un vikingo. Desde ahí todo va en subida, y también en picada.

La marea de gente empieza a ser incontenible. Entonces, vuela una pandereta por los aires y cae en el medio del pogo. Como si fuera una pelota que accidentalmente fue a parar a la tribuna, todos la damos por perdida. Pasan los minutos y, ante el reclamo de Tim, la gente empieza a apurar con silbidos y a abuchear al captor hasta que no le queda otra que devolverla. Todos aplauden cuando la pandereta regresa sana al escenario. Inmediatamente, Tim la vuelve a arrojar al público: “Pueden devolverla en el próximo tema”.
La multitud estalla y comienza el juego. El instrumento va y viene de un lado al otro y vuelve al escenario cada vez que se lo pide. Lo veo volar hacia mi cabeza y estoy inevitablemente adentro. Agarro la sortija, saco mis dotes de baterista frustrada. Todo es risas, baile y será siempre un lindo recuerdo. Se la devuelvo al capitán.

Pasan piernas sobre nuestras cabezas, Tim se tira al público una y otra vez. El pie de micrófono es como un arpón para la lucha. Por momentos siento que él es el principal artífice de la locura colectiva y por otros, que no sabe bien cómo frenarla. Trepan los primeros valientes al escenario. A medida que van pasando los temas, y con los muchachos de seguridad completamente resignados, el público entra en más y más confianza y ya suben como si nada. El escenario ahora es un trampolín gigante donde bailan, saludan y vuelven a tirarse a la masa de gente.
Para el final llega el cover de un clásico de Aspen ‘Take on Me’. Cuento cuatro, cinco personas bailando en el escenario por fuera de la banda. Tim se saca la remera y la deja tensada de manera extraña, como un triángulo, en el pie del micrófono. Parece la vela pequeña de un barco. Un barco eufórico al que nos subimos todos sin pensarlo. Qué divertida es la música. Ojalá pudiéramos naufragar por siempre en este mar de juventud.

