BILLY IDOL: EUFORIA Y NOSTALGIA

Entre clásicos, energía punk y un público entrañable, brilló en el Movistar

Fotos por @delfinaf.ph

Billy Idol volvió a Buenos Aires la noche del sábado y llenó el Movistar Arena con un show que confirmó que el tiempo puede pasar, pero su charme y su talento siguen intactos. Con una voz icónica, una presencia escénica inagotable y una banda que funcionó como motor y columna vertebral, el artista hiló una presentación que mezcló clásicos y temas nuevos de manera muy espectacular.

Antes de que sonara una sola nota, hubo algo que me llamó muchísimo la atención: el público. Mayormente grupos de amigos de más de cincuenta, todos manijas, felices, tomando sus cervezas e incluso bailando la música con la que esperábamos que empiece el show. Había remeras rockeras, jeans rotos, borcegos, looks cuidados y esa energía de quienes siguen a un artista desde hace tiempo y lo viven como un ritual colectivo. Me generó una ternura enorme verlos y un deseo nuevo: ojalá tener, cuando llegue a esa edad, un artista al que ir a ver con mis amigos, con esa misma intensidad y alegría.

La noche comenzó con Marttein, el proyecto del artista Martín Olivera, de 23 años, que encarna a esa criatura desbordada y fascinante que comparte color de pelo con Billy. El encargado de abrir el show logró llamar la atención del público con un set breve pero efectivo. Cantó sus temas más conocidos e incluso invitó a Juana Rozas a subir al escenario para interpretar juntos “Qué importa”. Lejos de una apertura tímida, Marttein se ganó una ovación importante del público de Idol, que lo recibió con entusiasmo y terminó de encender el clima.

Cuando las luces se apagaron nuevamente y empezó la cuenta regresiva para Billy Idol, esa misma audiencia, cargada de emoción, estalló. El show principal se desplegó con visuales eléctricas y un pulso frenético. En una de las primeras canciones de la noche, fiel a su estilo provocador, se desabotonó la camisa y siguió con el torso al aire, gesto que arrancó gritos y aún más euforia.

Idol recorrió todos sus hits y algunos covers que ya son parte de su repertorio, pero también se dio el gusto de incluir varios temas de sus discos más recientes sin perder a nadie en el camino. Las coristas, afinadísimas, sostuvieron con armonías perfectas los picos más intensos del set, mientras él aprovechaba cada pausa para agradecer al público argentino.

Hubo también solos de guitarra de Steve Stevens, que fueron una demostración de virtuosismo y entrega escénica. Su presencia funcionaba como uno de los pilares del show: con poses dramáticas y miradas cómplices, el mítico guitarrista potenciaba ese espíritu rockero casi teatral que sostiene el espectáculo de Idol.

Billy se tomó su tiempo también para agradecer al “fantástico Marttein” y elogiar al público una vez más. Con un cierre expansivo que arrancó con 'Dancing with Myself' y una arena completamente entregada, Idol selló una noche que osciló entre la nostalgia y la vitalidad pura. Y en medio del ruido, quedó claro que parte del encanto estuvo también abajo del escenario: en esa comunidad de fans que sigue celebrando su música como si fuera el primer show de sus vidas.

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