CHROMATICA: LA MASTERCLASS DE LADY GAGA

Recién estamos a mitad de año y ya tenemos el mejor álbum pop del 2020

Cuatro años pasaron desde la salida de Joanne (2016), un disco disruptivo en la carrera de Lady Gaga: minimalista (en comparación a lo que nos tenía acostumbrados) pero complejo a la vez, fue su versión más raw de cómo crear hits. Chromatica, su nuevo álbum lanzado el 29 de mayo, le da un giro de 180 grados a aquel concepto y plantea el «Neorenacimiento» del pop, con elementos que denotan por qué, en tan solo una década, Stefani Germanotta se convirtió en un ícono cultural. Separado en tres partes por los interludios ‘Chromatica I’ – ‘II’ – ‘III’, el relato se condice con la estructura básica de una narración: introducción, nudo y desenlace.

‘Chromatica I’ nos da la bienvenida con unos majestuosos violines que, si se tratara de una película, acompañarían la imagen de un gran portal abriéndose ante nosotros. El corte abrupto pero prolijo del pasaje nos adentra en las primeras notas de ‘Alice’, con claras referencias a la niña perdida en Wonderland, un lugar al que Gaga ansía llegar. “Could you put me out of this alive? Where’s my body? I’m stuck in my mind”, canta mientras nos da a entender que aquel destino lleno de locura es aún más sano y menos caótico que su realidad. El uso de spoken words y beats duros con raíces pop y house, tan característicos de ella, nos confirma que volvió a los recursos que nos enamoraron en sus trabajos anteriores.

‘Stupid Love’, el primer adelanto del disco, nos explica a través de su videoclip que Chromatica es una tierra en disputa por tribus: mientras algunas solo rezan por la paz, otras como los Kindness Punks pelean por ella. En la lírica se sostiene la misma idea: no podemos esperar volver a amar si no abrimos la puerta y nos enfrentamos a los desafíos de sentir algo.

Pero fallar siempre es una posibilidad y no todo se mantiene impoluto cuando hay mucho de nosotros en juego. ‘Rain On Me’ es la aceptación de los fracasos más realista y esperanzadora a la vez. “I’d rather be dry, but at least I’m alive” es un mantra tan consolador como pegadizo. Una vez que lo escuchás, suena en tu cabeza 24/7 y es imposible no familiarizarlo con el EDM europeo del 2000. Su asegurado éxito solo podría ser así de superador gracias a un elemento clave: Ariana Grande. Este tema es la traducción musical de lo que consideramos la powerhouse del pop. La colaboración no decepcionó a las expectativas generadas desde su anuncio y dos voces de rangos muy distintos crearon un hit con una coreografía esperadísima por los die hard fans.

‘Chromatica II’ conforma el segundo interludio, con un dramatismo instrumental que amaga estallar in crescendo dos veces, pero en su lugar se encuentra con una transición adictiva a ‘911’. Nos situamos en el nudo de esta historia, con una canción que arranca con kicks ásperos y definidos, y una voz casi robótica admitiendo que “my biggest enemy is me ever since day one”. Por otro lado, nos topamos con ‘Plastic Doll’ y la frivolidad de estar en el ojo público, convirtiéndola en un producto de su propia marca, separando la estrella de una persona que solo busca que la quieran bien. Las primeras notas de la canción anticipan cierto tinte melancólico, recordando a los sonidos más oscuros del new wave de los ’80, como los usados por Strawberry Switchblade en ‘Go Away’.

Con el boom del K-Pop saturando Twitter con las fancams, la vía más lógica para volverse viral era uniéndose a BLACKPINK, uno de los grupos de este imparable género con el fandom más invasivo. Con las melodías rápidas que lo caracterizan, Gaga se adapta airosamente, manteniéndose sofisticada, a las estructuras de un track que contenta tanto a Little Monsters como a Blinks. Intercalando versos en coreano e inglés, toma lo mejor de dos mundos que tienen más elementos en común de lo que se piensa.

‘Chromatica III’ nos conduce al desenlace de esta obra. Algo a destacar de los tres interludios es su exquisitez casi cinematográfica, con la cual tranquilamente podrían formar parte de una BSO, algo bastante ambicioso para un álbum pop. Pero ya a esta altura entendimos que es mucho más que eso. En este último estadío, los nudos empiezan a desatarse, el caos a desvanecerse…

‘Sine From Above’ es la elegida para el inicio del fin y, quizás, la mejor canción de las 16 que componen este LP. Aunque empiece con una lluvia leve en los primeros segundos —que en el idioma de Chromatica se traduce en tristeza—, es un track más bien liberador. Evocando lo glorioso del trance old school que solía copar las calles de Berlín en los históricos Love Parade, podemos escuchar un arpegio impecable anticipando la explosión post-estribillo y una aceleración en los bpm que agita el pecho. La incorporación de Elton John, la última colaboración del disco, corona un tema compuesto enteramente por buenas decisiones en armonía y melodía; en segundo plano, logra acercar al icónico cantante a nuevas generaciones y consentir a sus seguidores de siempre. Simplemente brillante desde el primer segundo.

Esta masterpiece de Gaga encuentra su fin en ‘Babylon’, una versión 2.0 de ‘Vogue’ de Madonna que, más que imitarla, la reformula con un saxo contrastando con el beat en loop, un coro que roza lo góspel acompañando su voz y un sample de ‘Confusion’ de New Order. Una canción que nos encantaría escuchar en boliches o en un episodio del show Ru Paul’s Drag Race, con pasos dramáticos para el abrupto “that’s gossip” en sus versos y la enérgica sentencia “battle for your life, Babylon”.

Chromatica es un álbum que no puede escucharse en modo aleatorio. Curado por su misma creadora, tiene momentos consecuentes entre sí, formando una cronología que se obedece gracias a la estrategia de sumar interludios en conexión con el siguiente track. No obstante, cada canción es un hit y, al menos en la primera escucha, tampoco nos da ganas de saltearnos ninguna. A este nuevo trabajo de Lady Gaga hay que analizarlo como lo que ha sido concebido: una obra que inaugura la década reinventando las formas originales de entender el pop y sus infinitas fórmulas para fusionarse con la electrónica, poniendo punto final a aquellos sonidos viciados por lo casi fotocopiado del mainstream en los últimos tiempos. Este es, inexorablemente, el mejor álbum pop del año.

Por Rebeca Figueredo

 

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