El lanzamiento de Shade (2017) fue el evento fortuito que provocó la vuelta de Living Colour a nuestro país. Los neoyorquinos se presentaron en Groove, la pasada noche del 12 de mayo, y le hicieron honor al nombre del recinto con sus vibrantes melodías y ritmos que invitan tanto al baile como al pogo.
Luces apagadas y el sonido que empieza a emerger de los parlantes. Es Van Halen con su clásico ‘Runnin’ With The Devil’ —tema elegido por los músicos para que sirva de introducción a su show—. La gente se prepara: los usuales cánticos que apuran a los artistas de manera casi inútil, pues la puntualidad está ya pactada, comienzan a inundar el boliche de Palermo.
Sale la banda de un modo al cual podríamos llamarle «humilde», pues sin demasiada parafernalia de elementos, los cuatro músicos pisan las tablas del escenario mientras las luces permanecen apagadas. Comienza a sonar una guitarra limpia, los acordes, la melodía melancólica; ‘Preachin’ Blues’ de Robert Johnson. El hombre que creó un género, y los que lo mantienen vivo.
El show, si bien comenzó un poco tibio, con un público que no parecía muy comprometido a la conexión con los artistas allí presentes, terminó de estallar antes de llegar a su punto medio con la aparición de ‘Ignorance Is Bliss’. Un hombre pasa a mi lado mientras se aleja del escenario y murmura: “No bailan nada los argentinos”. No señor, usted se fue en el mejor momento.
Toda duda fue disipada a partir de ese momento. Los cuatro sujetos allí presentes se alzaron como lo que son: una banda que no solo tiene un sonido apabullante, sino un nivel de convicción política que resulta inspirador, que te incita a odiar todo lo que inspira odio, y a pelear como sea, con todas las armas que tengas a tu disposición. ¿La de ellos? La música.
“Fuck Donald Trump” exclamó Corey Glover (cantante) —antes de dar paso a ‘Wall’— dejando ver el clima de inconformidad social de los músicos, el cual se realizaría con canciones como ‘Open Letter (To a Landlord)’ y ‘Elvis Is Dead’. Los muchachos no nos dejan olvidar quiénes son, de dónde vienen y lo que significa estar haciendo esto que hacen; nos recuerdan por qué, aunque ellos hayan venido a nuestras tierras, en este escenario juegan de locales. Y como era de esperarse, ganan por goleada.
Corey pareciera ser una persona a la que los años no le provocaron más que un cambio físico, ya que su voz suena idéntica desde hace 30 años, cuando Vivid (1988) vio la luz. Vernon Reid (guitarra), por su parte, se mueve sutilmente por el lado izquierdo del escenario, abrazando su guitarra como si fuera un amante con quien tiene una noche de pasión. Dedos recorren el mástil con rapidez y riffs cargados de funky aprisionan al público en un trance eterno y no les permiten dejar de bailar. Lástima los que dudaban de este encantamiento…
Doug Wimbish (bajo) quizás se llevó el momento más místico de la noche, colocando a todo el público en un estado de paz etérea con ‘Swirl’ —canción de su autoría— secundado por el solo de batería de Will Calhoun sobre el final del show.
La lista fue un recorrido por una carrera intachable, pasando por ‘Glamour Boys’ y el siempre bienvenido ‘Cult Of Personality’, hasta encontrarnos con ‘Time’s Up’, tema el cual fue mezclado con un clásico de James Brown. Y para cerrar, como ya todo estaba dicho, ¿qué mejor que evocar las palabras de alguien más para resignificarlas como propias? “It’s been a long time since I rock and rolled”; frase que dejó de pertenecer a Robert Plant por unos minutos para que los Living Colour pudieran gritar: “Acá estamos, rockeamos desde hace rato, aunque no lo quieras creer”. Y así con la contundente pregunta de “¿What’s your favourite colour?” los neoyorquinos se despidieron, pero nadie estaba triste, ya que se bailó —y pogueó— hasta el cansancio.
Por Iván Gritar