Tras un fin de semana tormentoso, de una vez el sol asomó entre las nubes para regalarle al festival un atardecer de paz: la confirmación de que la jornada terminaría sin sobresaltos.
Ostentando nueva grilla (la cancelación del día 1 y el cierre de parte del predio por inundaciones obligó a reprogramar la jornada y hacer que termine más temprano por temor al pronóstico tormentoso), Warpaint salió al escenario Huawei con visible comodidad. Luciendo un look heterogéneo y relajado —aunque no por eso menos estético— las cuatro mujeres se alinearon formando un semicírculo: las dos guitarras y voces principales al frente; baterista y bajista a los costados sobre dos pequeñas tarimas. De este semicírculo de cuatro voces e instrumentos fluyó uno de los shows destacados de la jornada (que se repite este martes como sideshow en Niceto Club): indie sónico guitarrístico que devino en pop disco bailable. Salieron con ´The Shall’, le siguió ‘Elephants’ y, como infaltable, ‘Love Is To Die’. Poco a poco, los beats se volvían más bailables y las luces acompañaban la propuesta: la hipnosis de los cuerpos era palpable y un conjunto de manos entusiastas se revolvían en el cielo. “Los amamos, y estamos muy felices de estar aquí!” balbuceó Emily Kokal en un español bastante decente, un instante antes de caminar toda la tarima haciendo gestos a su público. El final (séptimo de la lista) fue con ‘Disco // Very’ a puro dance; tras él, un batir de palmas más que merecido para la banda revelación, que de haber contado con otros cuarenta minutos extra hubiera sabido utilizarlos.
“Somos Death Cab for Cutie y venimos de Seattle, Washington”, se escuchó desde el escenario Personal Fest, a la derecha, mientras el público de Warpaint descomprimía y daba toda la vuelta para cruzar, ya que el campo vip estaba situado entre los dos escenarios. 21 años de música le tomó a la banda estadounidense para encarar su primer tour sudamericano, por lo cual estuvo bien la entrega de un setlist que, con doce canciones, recorrió cinco discos distintos. Fue el momento de un indie rock suave apoyado en guitarras, con tintes de emo. Como si hubiera sido cronometrado, el fin de la puesta de sol derivó en una buena balada para reflexionar: ‘I Will Follow You Into The Dark’, que materializó a Ben Gibbard (voz, guitarra) al frente del escenario con la sola compañía de una acústica y su micrófono. El cierre fue con ‘Transatlanticism’, y un momento instrumental extendido que la mayoría presenció a lo lejos desde el escenario Huawei, donde MGMT estaba por empezar.
Por primera vez en toda la jornada, el fin de un conjunto no implicó la inmediata aparición del otro. Los horarios habían sido reacomodados y se entendía que las bandas no tenían tiempo para mucho dramatismo ni encore. Así y todo, el comienzo de MGMT requería cierta pausa, por lo cual, al terminar Death Cab for Cutie, hubo unos segundos de silencio y oscuridad. Acto seguido aparecieron distintos sonidos con interferencia y una voz radial que decía en inglés “M - G - M - T”. Luego, otra voz les dio la entrada, cual boxeadores al cuadrilátero y, en contraposición a tan enérgica llegada, nos miraron y preguntaron calmados “¿Cómo anda todo?”. Sin esperar respuesta el tema de arranque fue la tranquila pero aclamada ‘Weekend Wars’, al son de la guitarra acústica de Andrew VanWyngarden. Hablando de tranquilidad, una desdicha que duró a lo largo de todo el show fue el bajo volumen de canciones que, en su fuero interno, han sido concebidas para envolver al oyente y llevarlo en un viaje lisérgico. Por el contrario, el punto alto lo tuvieron las visuales: una pantalla reducida (armada especialmente para esta banda) se postraba delante de la pantalla gigante del fondo. Las proyecciones se mezclaban y fluían, por unos momentos convergiendo y por otros complementando una imagen de fondo con una cascada de luces en el bloque puesto detrás del dúo.
Una lista de temas algo distinta al resto de la gira hizo el mismo foco en su aclamado primer álbum, Oracular Spectacular (2007) que en su última placa Little Dark Age (2018), presentados con cinco canciones cada uno. Aprovechando el lineup festivalero, para ‘TSLAMP’ invitaron a Connan Mockasin (había tocado horas antes) a invocar solos con su guitarra —más tarde, Connan volvería en la versión extendida de ‘Kids’ y recorrería caminando la tarima, aplaudiendo a uno de sus músicos sesionistas que llegó un poco más lejos y saltó sobre el público—. El aura se tiñó de rojo violáceo y ‘Little Dark Age’ comenzó, posicionando con un efecto distinto el sonido de la base rítmica del sintetizador, más crudo y menos chicloso. ‘Electric Feel’ y ‘Me & Michael’ fueron las que transformaron el rock psicodélico aletargado en un momento de coros saltables, dando alivio físico a los fans que no habían tenido mucho por lo que saltar en la jornada. Luego del mencionado y extendido ‘Kids’ hubo tiempo de un cover: ‘The Never Ending Story’ de Limahl, y una vez más se volvió al coro de ‘Kids’, con Andrew caminando y juntando los corpiños que le arrojaban. Nadie entendió que ‘Of Moons, Birds & Monsters’ fue la conclusión del show hasta que Lorde salió por el escenario aledaño, dejando gusto a poco en un cierre que no tuvo advertencia ni despedida.
La joven neozelandesa cumplió 22 años la semana pasada, y si bien su talento y experiencia la hacen parecer más grande (su primer contrato con el sello Universal lo firmó a los 12), en su espectáculo aparenta ser aún más joven. Vestida de plateado con un largo vestido, casi cual muñeca de torta, se pasea por el escenario seguida por seis bailarines que no solo la acompañan, también la destacan, la embellecen y la ayudan a lucirse. Pero cuando más se luce no es cuando su elenco la alza en brazos, sino cuando la dejan sola: ella se pasea por la tarima, se sube a las vallas a cantar de la mano de su público. Se sienta al final del pasaje y vocaliza sola y ensoñada, como mirando dentro de su alma. La pantalla muestra una mano gigante con un encendedor, “¿Van a cantar esta conmigo?” pregunta, y dispara su primer hit histórico, ‘Royals’. Otro público quizás hubiera alzado los encendedores, pero en esta ocasión lo que reina en alto son celulares. El setlist es el mismo que toda la gira (y pueden verlo aquí), pero está bien. Está bien porque no puede pedírsele improvisación a un show tan producido y ensayado, pero no por eso menos auténtico. Superada la mitad de su concierto grita alegre (en español): “Es re piola Argentina”; también dirá “Bailen, boludos”, todo gracias a una fan que hizo las mil y una para conocer a Lorde más temprano y se lo enseñó. No es en la variación de los temas o en un arreglo musical distinto donde la reina del pop juvenil arroja un guiño a su audiencia, es en los momentos que ella misma reserva de antemano para interactuar y conectar con las almas que se aplastan por acariciar sus dedos. El final es cantado, ‘Green Light’, pero para nosotros tiene doble condimento por el color de la lucha feminista, y todo el mundo alza su pañuelo verde. Cuando termina, los gritos y los agradecimientos son ahogados por el estallido del cotillón que inunda de papelitos blancos el predio, coronando el final de un fin de semana que fue trunco, agitado, pasado por agua, pero también fue de festejo.
¡Que viva la música en vivo!