En esta ocasión, vamos a sumergirnos en el caso de Los Espíritus. Conscientes de lo delicado de la situación, queremos leer el desarrollo de los hechos para reflexionar en torno al lugar que tienen las masculinidades en estas épocas.
En febrero del 2019 una denuncia se subía a Facebook y tenía como acusado a Maxi Prietto, cantante y principal figura de Los Espíritus. Ese fin de semana tenían un fecha doble. Realizaron el primero de los shows, pero avisaron públicamente la cancelación del segundo, anunciando también la desvinculación del denunciado. Los comentarios al respecto variaban entre las felicitaciones y la bronca. Algunes fans celebraron la decisión, otres despotricaron contra la «ideología de género». Nadie se esperaba que días después la agrupación fuera a publicar un descargo en el cual comunicaron la reincorporación de Maxi, diciendo que haberlo desvinculado fue un error. Escribieron, entre otras cosas: “entendemos que, en este caso, no fueron testimonios que buscaban alguna forma de reparación, sino un linchamiento”. La banda, cuya primera respuesta, a la orden del día de lo políticamente correcto, fue separar al denunciado, al reincorporarlo señaló que la denuncia no tenía interés en construir ni solucionar. Cabe preguntarse entonces cuál fue su acción de reparamiento, dónde estaba su gesto de reconstrucción, qué hicieron con aquello que se preocuparon por ver ausente en la denuncia.
Párrafos después afirman: “Estamos convencidos de que determinadas conductas y situaciones de machismo instaladas deben ser visibilizadas y erradicadas. Aspiramos a contribuir como personas y como artistas a un pensamiento colectivo donde, antes que el linchamiento, prevalezca una búsqueda para revertir los vínculos de poder instalados”. Son palabras que están bien pero, de alguna manera, fáciles de pronunciar, porque es impensable que ninguno de los compañeros del denunciado haya tenido alguna objeción o herramientas para pararle la mano en la época en la que la denuncia se ubica. Entonces, ¿el problema fue que salió a la luz, que se hizo público? La complicidad machista es la camaradería, la risa, el salvoconducto, pero, como vemos, también puede tomar la forma del abandono cuando separar al violento se vuelve algo que garpa. ¿No hubiera sido mucho más productivo para los integrantes, en tanto grupo de hombres, sentarse cara a cara a hablar de lo que todos ellos hacían por esos tiempos?
“¿CÓMO TRABAJAMOS EN PROFUNDIDAD CON QUIEN CRUZÓ LOS LÍMITES SIN PERDER DE VISTA LAS VIOLENCIAS PROPIAS? NO HAY SOLUCIONES MÁGICAS NI CAMINOS FÁCILES”
No queremos ensañarnos contra Los Espíritus. Quien escribe ha tenido sus bandas, sus violencias y sus muchos errores, al punto de que no estoy seguro al escribir esto si pienso en ellos o en mi propio recorrido, y quizás también de eso se trate el escribir. Quisiera decir que cuando un compañero es denunciado, separarlo sin más es demasiado fácil. Es no hacerse cargo de que su violencia fue posible también por las propias, aunque no hayamos abusado de nadie estrictamente. Los silencios, así como todo aquello a lo que se le da el nombre de micromachismos, no pueden verse como cosas aisladas, sino como procesos de agenciamiento que en conjunto conforman una red, una gran red que sostiene los abusos, las violaciones, los asesinatos y los femicidios.
Al separar al acusado pareciera que estamos repitiendo el mecanismo punitivista de la cárcel y la justicia para pocos. ¿Los hombres queremos saber cuál es nuestro lugar en el feminismo, si es que lo hay? ¿Queremos aprender de las dinámicas del mundo nuevo que proponen los feminismos? Parece que es tiempo de empezar a pensar cómo nos hacemos cargo de nosotros mismos y de nuestra violencia. Y soy consciente de que es mucho más fácil escribirlo que hacerlo. ¿Cómo podemos ver en su totalidad nuestro privilegio de ejercer la violencia? Y una vez visto, ¿qué hacemos con eso?, ¿cómo trabajamos en profundidad con alguien que cruzó los límites sin perder de vista las violencias que cada uno ejerció e invisibilizó? No hay soluciones mágicas ni caminos fáciles: mirarse es un trabajo doloroso y arduo, y si tiene final, no está a la vista. Es difícil soltar privilegios adquiridos, pero hay que animarse a meter las manos, la cara y el autoestima en el barro, porque al final hay recompensa. Porque dejar de relacionarnos desde la masculinidad hegemónica no es algo que hay que hacer para ser feministos o salvar a les demás, es algo que hay que hacer también para cuidarnos a nosotros mismos.
“ES NECESARIO QUE LOS HOMBRES NOS PREGUNTEMOS SERIAMENTE POR QUÉ ESTE AMBIENTE HA SIDO UN NICHO TAN FECUNDO PARA LOS ABUSOS”
Con el regreso de Maxi a Los Espíritus, algunos de sus integrantes se abrieron del proyecto por no estar de acuerdo con la decisión. Tiempo después, el cantante subió un descargo a sus redes sociales con palabras «correctas» en torno al arrepentimiento, la violencia arraigada y la transformación. Quisiéramos retener esta frase: “Me dedico a hacer música. No solo es un trabajo, sino que es mi razón de existir”. La banda, a propósito, había escrito esto: “Vamos a continuar expresándonos de la manera que sabemos hacerlo, que es a través de la música”. Desde esta perspectiva en la que la música se vuelve el único canal de expresión, puedo decir que esperaba un poco más de reflexividad en Caldero (2019).
La violencia se encuentra en todos lados. Es parte del terrible y certero cuadro de nuestro tiempo que nos mostró el feminismo: la violencia es para nosotros un mecanismo normal. Así, es un problema que afecta a la industria artística desde dentro, aunque no sea intrínseco de la música. Por eso es necesario que como hombres empecemos a preguntarnos seriamente por qué este ambiente en general, y el del rock en particular, ha sido un nicho tan fecundo para los abusos, no para cancelarnos ni para acusarnos los unos a los otros, sino para empezar a trabajar activa y profundamente para cambiarnos y cambiarlo.
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