Viernes 19 de diciembre a la tarde-noche. En un colectivo de la línea 15 atrapado en el tráfico porteño, debatíamos con un amigo sobre la noche que nos esperaba. Afuera hacía como doscientos mil grados centígrados. Gracias a quien sea que implementó el aire acondicionado en ese bondi. A nuestro alrededor había otros tantos entre treintañeros y cuarentones que, a medida que el bondi se vaciaba y acercaba al Estadio Obras, iban volviéndose más y más sospechosos de compartir nuestro plan: ver el show por los 20 años de la trilogía de El Mató a un Policía Motorizado.
Ya dentro del estadio, la temperatura era todavía más alta. Refrigerado solo por 3 o 4 ventiladores, Obras era un horno con olor a transpiración multitudinaria. Mientras envidiábamos a quienes, previsoramente, se habían llevado un abanico para sobrevivir, se apagaron las luces y empezó a sonar la canción de Twin Peaks (1990). Olvidándose por un momento de los calores, la gente se abalanzó hacia la valla mientras la banda salía por fin a hacer lo suyo.

20 años de un lanzamiento pueden celebrarse de muchas maneras. La que eligió la banda fue la de tocar los tres EPs enteros y en orden, como nunca lo habían hecho antes. Ese mandamiento se respetó a rajatabla, llegando incluso a interpretar por primera vez en vivo ‘Noches Buenas’ de Navidad en Reserva (2005). Una canción climática y melancólica, que tiene sentido que no haya sido incluida en los setlists de la banda durante todo este tiempo, pero que fue interesante escuchar por primera vez en un escenario.
A medida que sonaban los temas de Un Millón de Euros (2006) y Día de los Muertos (2008), la gente iba conectando cada vez más con la banda, tal vez porque muchos de los fans estaban más familiarizados con el repertorio más cercano en el tiempo. De fondo se veían algunas de las viejas visuales de los shows de aquellas épocas, como imágenes del Demolition Derby, y también antiguos estudios científicos en los que se estudiaban posibles lesiones resultantes de accidentes automovilísticos haciendo chocar a toda velocidad autos tripulados por maniquíes.

Para quienes vivimos a El Mató en su era más under, sentimos por momentos la ilusión de abrir una cápsula del tiempo. Esa sensación se extendió durante la hora y media que le tomó a la banda tocar todas esas canciones. En aquel entonces, El Mató era otra banda. Es decir, era la misma, pero son muchas las cosas que cambiaron. La simpleza y la precisión que siempre los caracterizaron siguen ahí, pero con un sonido mucho más depurado y profesional. La voz de Santiago Motorizado también creció tras tantos años de cantar en vivo. Se escuchan nuevos matices en sus melodías y también la seguridad con que las interpreta. Ni hablar de su confianza en el escenario. Si bien sigue siendo un líder de pocas palabras, se lo ve mucho más cómodo, más sobrado.
Los que también habíamos cambiado éramos los que estábamos parados escuchándolos. Muchos de los que antes saltábamos hasta el cansancio en temas como ‘Mi próximo movimiento’ ahora estábamos un poco más atrás, cuidando las piernas. Allá adelante de todo, una nueva generación se sacaba la pechera y salía a la cancha, a dejar todo por las mismas canciones. El futbolero lo entiende.

Una vez culminada la celebración de la trilogía, y tras un breve intervalo, la banda retornó al escenario para interpretar algunas canciones del resto de su discografía. Este cambio de repertorio impactó de inmediato en el ambiente del show. Si bien la celebración estaba centrada en aquellos míticos EPs fundacionales para el sonido de la banda, la realidad es que la gran mayoría del público actual de la banda se sumó al Elmatóverso con sus lanzamientos posteriores y, naturalmente, conecta mejor con esas canciones.
El segmento de los bises comenzó con ‘El magnetismo’, tema que abre La Dinastía Scorpio (2013) y que desde hace años sirve de tema de apertura de los shows en vivo. “Quiero ponerme en cuero como Pato Sardelli”, dijo Santiago, claramente sufriendo el mismo calor que nosotros. ‘Yoni B’ fue el punto más alto del recital, con la mayoría del campo saltando y cantando en sincro. Una coreo improvisada que, desde la platea, se veía hermosa con el juego de luces que iluminaba y daba vida a las oleadas de cuerpos que subían y bajaban por la pista.

Dos horas y quince minutos después de tomar el escenario y tras tocar ‘Guitarra comunista’, la banda saludó a su público y se retiró. Casi como si se tratara de una emergencia, la gente salió cuanto antes del estadio para por fin respirar un poco de aire. Solo quedaba volver a casa para sacarse tanto sudor de encima con una buena ducha y que nos quede solo lo mejor de la noche: toda esa buena música en nuestros oídos.
