Fotos por @mecp.h
La banda perfecta para quienes nos encanta bailar pero no nos gusta la música que pasan en los boliches. Para quienes nos gustan las bandas viejas, las que ya no existen o las que dejaron de salir de gira hace años. Molchat Doma es eso: la combinación estética y sonora de lo nostálgico con una puesta en escena moderna, poderosa y con letras oscuras. Este jueves 13 de noviembre pudimos darnos el gusto de escucharlos en C Art Media.
La apertura estuvo a cargo de Belarus. La banda de Rosario ya había acompañado a los Molchat Doma en su primera visita al país, allá en 2022 cuando tocaron en el Konex. Tiempo después, al ser entrevistados por MapSound, los bielorrusos los nombraron como una de las bandas que vale la pena escuchar. Esa confianza depositada se reflejó en el gran show que los rosarinos ofrecieron. Aprobadísimos.

Pasadas las nueve, el escenario se tiñó de rojo y salió Molchat Doma. La noche, bastante alejada de la temperatura glacial soviética, fue calurosa. Puro amontonamiento de cuerpos, baile y transpiración. El público, al igual que el trío, uniformado casi en su totalidad de negro, quedó cubierto de humo de máquina y bajo luces de distintos colores que llevaron a distintos climas en cada tema.
Egor Shkutko, con su voz penetrante, era un Nosferatu moderno. Falda larga, unos ligeros a la altura de las pantorrillas para sostener sus medias de vestir. Su pelo largo flotaba hipnótico de un lado a otro siguiendo sus movimientos. Como brujos cargados de sintetizadores, Roman Komogortsev en guitarras y Pavel Kozlov en bajo, generaron una fuerza que multiplicaba las capas sonoras dando la ilusión por momentos de que tocaba una formación mucho más grande.

A veces, en un afán un poco ridículo por escuchar mejor, o lo más fuerte posible, avanzo demasiado entre la gente, y pasó que terminé quedando media aplastada e inmóvil. Quería estar ahí, en medio de esa atmósfera sonora, pero también era bastante incómodo tanto contacto humano. Entonces cerré los ojos, no había mucho que ver (aunque la puesta de luces estuvo increíble). Con los párpados cerrados, empecé a bailar y abrí un espacio, al menos imaginario, entre mi cuerpo y otros igual de pegoteados. Estaba ahí, pero también estaba en Minsk. En una noche helada en los ochenta en un sótano de mala muerte, bailando new wave y tomando vodka. Cinco personas y los Molchat Doma exorcisando con música lo más oscuro del corazón.

